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17 may 2020

Las uvas de la ira

Por Ángel E. Lejarriaga



John Steinbeck (1902-1968). The Grapes of Wrath (1939), traducida en España como Las uvas de la ira, recibió el Premio Pulitzer en 1940. Aunque la novela se publicó en 1939, Steinbeck llevaba tres años escribiendo para The San Francisco Sun, relatando de manera magnífica lo que estaba suponiendo la crisis económica de 1929 para muchos norteamericanos. Todos estos artículos han sido recopilados y publicados en España en un solo volumen bajo el título Los vagabundos de la cosecha (2007). Esta fue la base experiencial que llevó al autor a construir la novela. No se inventó nada, no tuvo que imaginar nada, se limitó a sumergirse en la pobreza que poblaba las carreteras y vivió en los campamentos de refugiados, para contar más tarde su descarnada vivencia.

A Steinbeck se le ha calificado como escritor social; dicho de otra manera, escritor que estaba comprometido con los males sociales de su tiempo. La mayor parte de su obra se caracteriza precisamente por ese eje central narrativo.

La novela fue muy denostada, la acusaron de comunista ―incluso fue quemada públicamente―, pero lo cierto es que lo único que el autor hizo fue poner de relieve lo que había debajo de la alfombra del liberalismo norteamericano: miseria y podredumbre. Llegando más lejos, diré que en la obra no se expone un plan para combatir al capitalismo, nadie se queja de haber perdido las tierras ni de la implacable acción de los bancos; de manera simple y mansa los afectados recogen sus cosas y se someten a lo que les pueda caer encima en cuanto a humillación y explotación se refiere. Solo alguien se rebela, pero de antemano está considerado una persona antisocial. En síntesis, los protagonistas solo pretenden ganarse el pan, vivir y dejar vivir.

La obra, obviamente, se sitúa contextualmente en los años treinta, en los EEUU. Las consecuencias de la crisis de 1929 están en todo su apogeo. Por primera vez los blancos propietarios de tierras son afectados por un desastre económico de una envergadura no conocida hasta entonces. Literalmente, estos tuvieron que abandonar sus tierras, desahuciados por los bancos, porque no podían pagar los créditos después de sufrir el Dust Bowl, convirtiéndose en refugiados dentro de su propio país. Su intención era viajar a California donde se necesitaba mano de obra. Tal es el caso de la familia Joad que parte de Oklahoma en un viaje terrible en el que se tiene que enfrentar no solo al hambre sino a la crueldad de sus compatriotas. Steinbeck intentó exponer con crudeza la realidad de los EEUU, un país construido sobre la injusticia y la explotación más abyecta. La historia es realista y sobre todo vigente hoy día.

He citado en el párrafo anterior el fenómeno conocido como Dust Bowl. Tal fenómeno no es otra cosa que un cataclismo ecológico. Tal efecto fue provocado por condiciones de sequía extrema, que estuvo potenciada por años de prácticas agrícolas que favorecieron la erosión del suelo por parte del viento. La tierra seca generó gigantescas nubes de polvo y arena que llegaron a tapar el sol.

Como decía antes, la familia Joad, tras perderlo todo, recoge lo poco que les ha quedado e intenta asentarse en otro sitio. Hasta ahí todo normal hasta cierto punto, ejercen un derecho natural a buscar una vida mejor; pero descubren que no existe ningún paraíso en su país. Según se van adentrando en nuevos territorios se enfrentan al rechazo de sus habitantes, no encuentran vivienda y los trabajos que les ofrecen se pagan con salarios de miseria.

Todo este desgarramiento es una especie de guerra en la que el frente de batalla, entre el capital y el trabajo, se ha roto, los servidores del beneficio empujan sin piedad, desposeen, extrañan y obligan a los derrotados a un exilio interior, económico y político; su pérdida va más allá de lo material; también han dejado atrás su identidad, ya no poseen raíces, ni pasado; no lo saben, o no lo quieren saber, pero tampoco tienen patria, en realidad, ningún desheredado de la tierra la tiene, aunque sostengan esa idea como una ilusión que los esclaviza más que ayudarlos. A pesar de todo esto, mantienen la esperanza, pasando por encima de la inanición, de la muerte que les acecha, del desprecio de los que poseen algo más que ellos y del abandono del Estado. Un primitivo instinto de supervivencia les impele a seguir adelante, si es necesario hasta los confines de la tierra. Por ello resisten con resignación todas las penurias a que les somete una sociedad implacable. No sabemos qué pueden aprender de este viaje, tal vez sin destino: ¿qué existe la solidaridad?, ¿qué unidos son más fuertes?, ¿qué los que son como ellos se han convertido en sus propios enemigos? Trágica y amarga lección si es que alguien llega a asimilarla.
“Suponte que tú ofreces un empleo y sólo hay un tío que quiera trabajar. Tienes que pagarle lo que pida. Pero […] supón que haya cien hombres interesados en el empleo; que tengan hijos y estén hambrientos. […] Imagínate que con cinco centavos, al menos, se pueda comprar algo para los críos. Y tienes cien hombres. Ofréceles cinco centavos y se matarán unos a otros por el trabajo”.
Todo esto ocurrió en los años treinta en el país más poderoso y rico del mundo. Lamentablemente, hoy sigue sucediendo lo mismo con los refugiados económicos o derivados de una guerra, que acuden a las fronteras europeas en busca de una vida digna, vida que los intereses de las multinacionales del Norte opulento o de sus gobiernos les han arrebatado. Pero también ocurre desde 2008 en nuestro país debido a la reforma laboral y a la precariedad salarial que ha afectado a gran parte de la población.


El final de la novela sorprende y nos sitúa de nuevo ante otra serie de preguntas que cada lector tendrá que responder: ¿hay esperanza para la injusticia?, ¿algún día podremos vivir en una tierra en la que por el solo hecho de nacer tengamos satisfechas las necesidades básicas?, ¿el Estado está al servicio del pueblo o del poder económico?, ¿se puede erradicar la maldad humana como si fuera un germen pernicioso?


Para concluir este artículo solo me queda decir que en 1940 hubo película del mismo nombre, dirigida por John Ford y protagonizada por Henry Fonda (Tom Joad), Jane Darwell (Ma Joad) y John Carradine (Casy), entre otros.


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11 nov 2016

La perla

Por Ángel E. Lejarriaga



No es necesario decir a estas alturas que John Steinbeck (1902-1968) es un escritor universal, que siempre estuvo preocupado por la pobreza en el Sur norteamericano. Su vida fue un tanto rocambolesca, vivió de lo que pudo, o se «buscó la vida», que está más de moda. Su época tiene muchas semblanzas con la nuestra, actual: derrumbe de valores, pobreza, precariedad, división social, políticos corruptos, ignorancia, emigración y racismo. Nació en Salinas, un pueblo de California, hijo de padre tesorero y de madre maestra. Su familia se componía de los padres y cuatro hijos, dos chicas y un chico. Después de cursar sus estudios primarios y secundarios fue a la Universidad de Stanford pero no pudo graduarse, sus penurias económicas fueron determinantes en ese momento de su vida. Sus primeros años se caracterizaron por desempeñar un rosario de empleos en diversos oficios, entre ellos el de albañil o bracero, trabajó en la construcción del Madison Square Garden. Con un empecinamiento admirable intentó una y otra vez trascender a su paupérrima situación económica. En 1925, con veintitrés años trabajó un tiempo como freelance para el New York American, pero le despidieron. La experiencia no resultó necesariamente mala, de hecho dio pie al ensayo Making of a New Yorker (1946), que se publicó ni más ni menos que en el New York Times. Estaba claro que quería escribir y lo hacía, otra cosa era obtener ingresos por esa vía.

De New York volvió a su tierra natal, a California, y el único empleo que le surgió fue el de guía turístico en un acuario de Tahoe City. La aventura tuvo un balance feliz, conoció a la que sería su primera esposa, Carol Henning. Siempre hay que valorar un evento al final, cuando ya ha pasado, a veces el resultado no es malo del todo, porque nos abre nuevas vías.

Su primera novela vio la luz en 1929. El nombre de la misma resulta muy peculiar debido a su extensión: Cup of gold. A life of Sir Henry Morgan, Buccaneer, with Ocasional Reference to History (La Copa de Oro). El tema de la misma era la vida del inefable bucanero Henry Morgan, siempre al «servicio de su Majestad». La novela pasó por las librerías sin pena ni gloria, ni tuvo éxito ni reconocimiento alguno; pero qué podía suponer eso para Steinbeck, estaba acostumbrado a los vaivenes de la fortuna. Un año después se casó con Carol. Dos años más tarde, en 1932 publicó una colección de narraciones que se desarrollan en Monterrey y a la que denominó The Pastures of Heaven. El oficio de escritor le iba gustando cada vez más, y ocupaba gran parte de su tiempo libre encerrado con la pluma, así en un año escribió The Red Pony y To a God Unknown.

El primer reconocimiento importante le vino en 1935 con Tortilla Flat (La Medalla de Oro, premio otorgado por el Commonwealth Club of California). En los dos años siguientes, Steinbeck utilizó su experiencia durante la Crisis del 29 para escribir dos obras: In Dubious Battle (1936) y la emblemática (fue llevada al teatro y al cine) De ratones y hombres (1937). Con esta última recibió el reconocimiento de la New York Drama Critics Award. Entre 1937 y 1938 escribió dos obras de teatro: The long Valley y Their Blood si Strong. Un año después, aparecería la obra que más prestigio le ha dado y que le condujo directamente hasta el premio Pulitzer: Las uvas de la ira (centrada en las penurias económicas de los desahuciados —familias enteras— que recorrían el país en busca de trabajo).

De una expedición que realizó por el golfo de California, en compañía de su amigo Ed Ricketts, surgió The Log from the Sea of Cortez.

Hubo que esperar al año 1952 para que publicara Al este del Edén, novela de la que se hizo una película del mismo nombre (Elia Kazan) y que inmortalizó a James Dean. Según reconoció el propio Steinbeck, esta obra fue la que más le entusiasmó y de la que siempre guardó un grato recuerdo. Por supuesto escribió más novelas, ensayos y cuentos hasta prácticamente su muerte en 1968. En 1962 recibió el premio Nobel de Literatura.
«Sólo tenemos una historia. Todas las novelas, la poesía entera, están edificadas sobre la lucha interminable entre el bien y el mal que tiene lugar en nuestro interior.»
En general toda la obra de Steinbeck está caracterizada por una sensibilidad especial hacia las clases más desfavorecidas; se le ha llegado a adjudicar el nombre de «novelista proletario». Y no se puede negar tal aserto pues sus convicciones socialistas siempre le mantuvieron cerca de aquellas personas que sufrían las consecuencias de la explotación capitalista.
«Me pregunto por qué el progreso se ve más que la destrucción.»
Sin ir más lejos, la novela Las uvas de la ira se enmarca en esa predisposición natural de Steinbeck. La escribió porque quería abrir una ventana a través de la cual el gran público pudiera ver lo que de verdad estaba pasando en el país al margen de la propaganda edulcorada de los medios de comunicación. Sus convicciones políticas eran más reformistas que marxistas. En ningún momento tomó partido de manera abierta por la revolución de los desposeídos. Se limitaba a exponer la tragedia de la pobreza y la exclusión social, dejando al lector la tarea de juzgar y sacar sus propias conclusiones.
«(...) Pero yo creo que la mente libre e investigadora del individuo es la cosa más valiosa del mundo. Y por eso lucharé a favor de la libertad de pensamiento, para que pueda seguir la dirección que desee, sin imposiciones ni ataduras. Y lucharé contra cualquier idea, religión o gobierno que limite o destruya al individuo.»
«(...) Comprendo que un sistema construido sobre un molde determinado trate de destruir el espíritu libre, porque éste representa una amenaza para su supervivencia. Por supuesto que lo comprendo, pero lo detesto, y lucharé contra ello para preservar lo único que nos diferencia de las bestias incapaces de crear. Si la gloria puede ser aniquilada, estamos perdidos.»
«El hombre es el único zorro que instala una trampa, le pone una carnada y luego mete la pata.»
La perla se publicó en 1947 y sigue los criterios arriba esbozados. Cuenta la historia de un humilde pescador, que vive prácticamente en la miseria con su esposa y un hijo pequeño. Kino y Juana intentan salvar la vida de Coyotito, su hijo, que ha sido picado por un escorpión. Acuden a un médico instalado en su pueblo que no les atiende porque no tienen dinero. El drama está servido. Entonces, mientras pesca (es pescador de perlas) encuentra una gran perla, valiosísima. A partir de ese momento sus vidas cambian radicalmente. Toda la gente a su alrededor conoce su hallazgo, su valor, y las expectativas alteran los ánimos; la codicia, la envidia, la vileza, la cólera, la violencia, la mendacidad, todas esas cualidades tan nuestras, se tornan protagonistas de la historia, y los protagonistas, como pueden, las capean entre el deseo y la desesperanza.
«(...) Tiene que seguir adelante, haga lo que haga, o aunque no haga nada. Aun en el caso de que deje que la tierra se convierta en barbecho, no podrá evitar que crezcan las hierbas y los zarzales. Siempre brotará algo.»
La obra se fundamenta en una leyenda mexicana que cuenta esencialmente lo mismo que narra Steinbeck: un joven encuentra una perla de gran valor y esta genera en su vida trágicas consecuencias. El ritmo del texto es vibrante, partiendo de un argumento sencillo te absorbe con un crecimiento continuo de la tensión que se mantiene hasta el final. El mundo que describe el autor lo conoce perfectamente porque estuvo viviendo en la ciudad mexicana de La Paz y fue sabedor de la división brutal de clases y racial que existían en la misma, entre pobres y ricos, entre blancos y mestizos. El ambiente es fantasmagórico, propio de una pesadilla gótica pero lo peor viene cuando la neblina se va difuminando y aparecen los verdaderos rostros de las sombras: los hombres.

En síntesis, el libro habla de la miseria humana, esa que albergamos en nuestro interior, construida por miles de años de explotación del hombre sobre el hombre, de irracionalidad, de ignorancia, de sueños rotos. El dinero, la riqueza, las posesiones materiales, constituyen la esencia humana, su motivación fundamental, dejando a un lado cualquier consideración moral a la hora de obtener esas prebendas que parecen imprescindibles, no solo para subsistir físicamente sino también anímicamente.
«Esta perla se ha convertido en mi alma. Si me deshago de ella, perderé también mi alma.»