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9 ene 2012

¿Qué somos?

Por Ángel E. Lejarriaga



H
ay ocasiones en que, como por arte de magia, una puerta se abre en el vacío y te paraliza el terror. Un miedo frío te deja clavado con la mirada absorta en la amenaza que presientes más allá del umbral. No existe ningún secreto en ese sentimiento, no hay un peligro inmediato pero sabes que el enemigo está ahí, te espera; tienes una sensación inamovible de que siempre ha estado acechándote con la diferencia de que ahora le conoces el rostro. Esas puertas infernales se abren en muchas ocasiones y con más o menos esfuerzo las cerramos a pesar de lo que sabemos. Ayer, viendo La muerte de un viajante, de Arthur Miller, ese pórtico trágico se abrió. ¿Por qué? Hay muchas respuestas posibles y todas son válidas para mí. Por un lado me sentí identificado en alguna de las escenas, sobre todo en la relación familiar que mantienen los protagonistas; por otro lado vi en todo su esplendor dramático la miseria de la vida que llevamos. La obra fue escrita en 1949 y sus planteamientos y críticas siguen vigentes: no hemos avanzado nada, estamos perdidos. Esa fue mi sensación personal. Generalmente afirmamos que el todo del que formamos parte se encuentra en constante transformación, en movimiento, sin embargo la trama de esta obra me comunica una quietud maldita, repetitiva, heredada y reproducida de generación en generación.
El protagonista principal es un hombre sencillo, de 63 años, un viajante de comercio, lo que hoy en día se denominaría un agente comercial. Él siempre ha creído que con esfuerzo, entereza e integridad lo conseguiría todo en la vida. Es lo que les transmite a sus hijos, hay que trabajar duro, ser fieles a la empresa y el éxito caerá por sí mismo. Pero estas ideas básicas en nuestra sociedad son mentira, siempre lo han sido aunque se sigan repitiendo hasta la saciedad.
A la edad de jubilarse lo despiden, carece de dinero suficiente para pagar los recibos básicos, vive prácticamente de los prestamos puntuales de un amigo; no tiene derecho a paro, no tiene derecho a jubilación, no tiene derecho a nada, solo es libre para escoger el momento de su muerte. Aún así no pierde la esperanza de que ocurra algo que anule su fatal designio. Eso sí, después de 25 años ha realizado el gran logro de pagar la hipoteca de su casa. La conclusión final, que extrae de su situación límite, es que vale más muerto que vivo.
La obra no solo penetra en la psicología de Willy Loman (el viajante) sino que analiza la sociedad de consumo: aparatos que dejan de funcionar antes de ser pagados; o la rapacidad del empresario descarnado e implacable que se deshace de un trabajador fiel, que le ha vendido su esfuerzo durante cuarenta y cinco años por un salario mísero. Arthur Miller no perdona las relaciones familiares opresivas y falsas, mendaces, como dijo Tennessee Williams en La gata sobre el tejado de cinc caliente. Su universo es puro atrezo, cartón piedra y poco más. La madre parece feliz pero en realidad ha luchado su vida entera por convivir con un hombre para el que solo es una criada confortable. Es una sombra útil que da cohesión al grupo familiar. Ella vive una ficción de amor que no es más que sumisión e ignorancia. Los dos hijos son dos individuos sin ideas propias ni valores, perdidos en fracasos que no asumen, empujados a una búsqueda de horizontes que no existen.
Willy Loman hace su viaje final a través de un camino de recuerdos dolorosos, de ilusiones perdidas, de promesas incumplidas, y encuentra la solución final: el suicidio. Su muerte servirá a su mujer y a sus hijos para vivir cómodamente, si logran cobrar el seguro de vida, y quizá realizar sus sueños. Dramáticamente su última expectativa es morir para salvarse del fracaso total que ha sido su existencia.
¿Qué somos nosotros? ¿No vemos que esta tragedia se reproduce a diario de manera siniestra? La lucha de Willy Loman es nuestra porque comparte valores semejantes. Nos creemos que vivimos en un universo social moderadamente cómodo pero en realidad nuestras vidas se sustentan sobre un castillo de naipes demencial que en cualquier momento se puede derrumbar por un leve soplo del azar. Sin esperanza, ni valores éticos a los que aferrarnos, ¿qué herramientas nos quedan para respirar un día más? Willy Loman elige el descanso de la muerte.
Al leer mis palabras alguien pensará y me dirá que soy pesimista pero no es cierto, simplemente creo que nos queda mucho camino por recorrer como especie. Albert Einstein dijo en una ocasión: «Por qué esperamos que las cosas sean diferentes si siempre hacemos lo mismo.»

RECURSOS INTERESANTES:
  • La muerte de un viajante. Arthur Miller (1949)
  • La muerte de un viajante (1985). Director: Volker Schlöndorff. Actores: Dustin Hoffman, Kate Reid, John Malkovich, Stephen Lang, Charles Durning, Louis Zorich, Kathy Rossetter, Jon Polito.