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16 nov 2018

Desgracia

Por Ángel E. Lejarriaga



Esta novela de J. M. Coetzee (1940) se publicó en 1999 y recibió el Premio Booker, cuatro años después, en 2003, le dieron el Premio Nobel.

Desgracia cuenta la historia de un profesor de universidad de edad mediana, David Lurie, gran conocedor de la poesía romántica inglesa, usuario habitual de servicios sexuales de una prostituta, que ante la desaparición de esta inicia una relación a la que se podría denominar fácilmente acoso con una joven estudiante que acude a sus clases. Este asunto acaba mal, con denuncias de por medio y dimisiones. A partir de ahí decide cambiar de aires y se va a vivir a una zona rural de Sudáfrica (toda la historia se desarrolla en este país) en la que reside su hija Lucy, que vive sola. En esta convivencia surgen una serie de conflictos cargados de violencia, culpa, absurdo y la violación de Lucy por parte de unos extraños que no son tan extraños, que agudizan las contradicciones de la relación que mantienen padre e hija, y ambos con el pasado racista del país. Leyendo esta novela tienes una visión apocalíptica del momento histórico que están viviendo los personajes, una especie de deslizarse cruento por un mundo hostil, agresivo, en el que cualquier cosa puede pasar, por desagradable que sea, porque se han creado durante generaciones las condiciones para ello.

Aunque la estoy simplificando mucho para no destriparla, la novela toca muchos temas que por separado dan juego para distintas narraciones y análisis. El primero es el derivado de la soledad y el hecho mismo del envejecimiento. David sabe que es inexorable su decadencia pero no la acepta, y es a través de la sexualidad con una jovencita como pretende congelarse, al menos temporalmente; crea una ilusión tanto en lo que se refiere a su deterioro orgánico como a la soledad indeseada en la que se encuentra. Naturalmente, esa soledad tiene mucho que ver con su forma de pensar y de comportarse en sociedad. 
«[…] ¡Qué breve el verano, antes del otoño primero y el invierno después! […]»
Otro tema recurrente en la obra es la búsqueda del placer como principio básico de la vida en contraposición a un dolor siempre presente del que no se puede escapar. Ambos definen de una manera intensa el devenir del ser humano.

Un aspecto que me ha llamado la atención es la diferencia abismal que describe Coetzee entre la vida en las ciudades y el mundo rural: modernidad contra un atraso endémico. El contraste para David es brutal aunque poco a poco se va adaptando, es necesario que lo haga porque tras su marcha de la universidad se ha quedado sin un lugar al que volver.

También toca en la novela la difícil relación entre hijos —en este caso hija— y padres; y el parecido significativo entre el sentir de animales y humanos. 

«Está convencido de que los perros saben que les ha llegado la hora. A pesar del silencio y del procedimiento indoloro, a pesar de los buenos pensamientos en que se ocupa Bev Shaw y él trata de ocuparse, a pesar de las bolsas herméticas en las que cierran los cadáveres recién fabricados, los perros huelen desde el patio lo que sucede en el interior. Agachan las orejas y bajan el rabo como si también ellos sintieran la desgracia de la muerte; se aferran al suelo y han de ser arrastrados o empujados o llevados en brazos hasta traspasar el umbral. Sobre la mesa de operaciones algunos tiran enloquecidos mordiscos a derecha e izquierda, algunos gimotean de pena; ninguno mira directamente la aguja que empuña Bev, pues de algún modo saben que va a causarles un perjuicio terrible.»
Un antiespecista diría con razón que todos somos animales y ninguna especie debería ser superior a otra en cuanto a concepción moral. David y Bev, una amiga de este, ama a los perros y los libera de la vida, del dolor, a través de la muerte. A su modo nos está diciendo que él podría hacer lo mismo con su propia vida y así poner punto y final al sufrimiento de tener que levantarse cada día.
«—Perdóname, Lucy.
—¿Qué te perdone? ¿Por qué?[…]
—Por ser uno de los dos mortales que tuvieron a su cargo traerte a este mundo […]»
Por último, se encuentra el tema de la Sudáfrica que surge tras la eliminación del apartheid. Es obvio que las relaciones entre blancos y negros han cambiado, algunos blancos siguen viendo a los negros como seres inferiores, como esclavos, aunque en ese momento les teman. Por otro lado, la población de color guarda bajo la piel, pero de manera perceptible, un rencor ancestral debido a la violencia racial que ha padecido durante décadas. Eso hace que exista una tensión permanente en el aire difícil de sobrellevar, pero que está ahí, impregnándolo todo. El camino a seguir por la sociedad, en todas sus parcelas, es difícil, porque nada está escrito y el plan de vida se hace sobre la marcha. Ese malestar va a explotar necesariamente y lo sufre Lucy a través de su violación por parte de tres hombres de color.
«¿Esperas expiar los pecados del pasado mediante tu sufrimiento del presente?»
Ella está pagando por las culpas arrastradas de los dominadores blancos. La vida en Sudáfrica no es fácil, no lo fue ni lo será. El lastre que arrastra necesitará tal vez siglos para que forme parte de su historia de una manera anecdótica. Las desigualdades sociales no han desaparecido por el cambio de régimen político, el odio racial sigue en pie, desde ambos lados, pero también un odio económico entre los que no tienen y los que tienen. Las contradicciones tensan al máximo la cuerda y es obvio que habrá que construir una nueva tesis sobre las relaciones entre la población sudafricana basada en los derechos humanos, la aceptación del otro y el compromiso colectivo en acabar con las desigualdades y la pobreza perenne de la población negra.

«Es un riesgo poseer cualquier cosa: un coche, un par de zapatos, un paquete de tabaco. No hay suficiente para todos, no hay suficiente coches, zapatos, ni tabaco. Hay demasiada gente y muy pocas cosas. Lo que existe ha de estar en circulación, de modo que todo el mundo tenga la ocasión de ser feliz al menos un día. Esa es la teoría: aférrate a la teoría, a los consuelos de la teoría. No es una maldad de origen humano, sino un vastísimo sistema circulatorio ante cuyo funcionamiento la piedad y el terror son de todo punto irrelevantes. Así es como hay que considerar la vida en este país: en sus aspectos más esquemáticos. De lo contrario uno se volvería loco…»

Para terminar, me queda decir que existe una película estrenada en el año 2008, dirigida por Steve Jacobs, inspirada en Desgracia, con el mismo nombre, que cuenta con intérpretes de la talla de John Malkovich y Jessica Haines.


3 jun 2016

Verano

Por Ángel E. Lejarriaga


J. M. Coetzee consiguió el premio Nobel en el año 2003. No siempre se comprende la adjudicación de estos premios, tal es el caso de uno de los nuestros, Camilo José Cela. En lo que se refiere a Coetzee no soy capaz de posicionarme porque no he leído mucho de él. Siempre te imaginas a la persona premiada en una edad madura, alguien con una exquisita y magna obra literaria, con un gran dominio del lenguaje y —si es posible— comprometida con su tiempo, luego la realidad no resulta así. Puesto a escoger yo se lo daría ya, por ejemplo, a Antonio Muñoz Molina, cumple todos los requisitos, bueno no todos, todavía es joven. Si él me sirve de ejemplo, de escritor universal, coloco el listón muy alto. Así, no sé dónde situar a Coetzee, ha escrito mucho y está muy reconocido internacionalmente, además escribe bien. En última instancia, es un autor interesante en muchos aspectos. No es un showman como Vargas Llosa, ni un embajador del buen vivir como García Márquez, pero tiene su atractivo, aunque este venga derivado de lo diferente y lo introspectivo. Nació en Ciudad del Cabo en 1940 donde pasó prácticamente su período académico; estudió matemáticas e inglés. Nada más terminar los estudios se marchó a Inglaterra donde trabajó como programador informático. Un extraño oficio para un escritor pero así es. Y llegó más lejos. En el año 1969 se doctoró en «lingüística computacional» en la Universidad de Texas, en Austin, EEUU. La tesis con la que consiguió el doctorado se fundamentó en el análisis informático de la obra de Samuel Beckett. Antes de volver a su país natal pasó por la Universidad de Nueva York en la que dio clases de Lengua y Literatura Inglesas. En 1984, ya en Ciudad del Cabo, ocupó una cátedra de Literatura Inglesa en la que se mantuvo hasta el año 2002. En todo ese tiempo pasó un año en EEUU en la Universidad John Hopkins.

Prácticamente toda su obra está publicada en España por lo que hay dónde elegir a la hora de conocer su trabajo literario. Ha cultivado la narrativa, el ensayo y la autobiografía de una manera prolífica. Su primera obra apareció en 1974, Tierras de poniente. Se compone de dos relatos, el primero referido a la guerra del Vietnam y el segundo al racismo. Será este último tema el que dominará gran parte de su trabajo. De todas formas, lo que nos interesa hoy es hablar de sus autobiografías, que Coetzee novela con atrevimiento y originalidad. La primera de ellas aparece en 1977, Infancia. La segunda en 2002, Juventud. La tercera en 2009, Verano. Y la última entrega, hasta ahora, en 2011, Escenas de una vida de provincias. Estas autobiografías tienen parte de realidad y parte de ficción. Algunos autores las consideran ficticias en su totalidad y así las califican.

En Verano, Coetzee cuenta, a través de los ojos de personas que le conocieron —que tuvieron una relación próxima con él—, cómo era, cómo se comportaba, cómo creían que pensaba. Se supone que en el tiempo de la narración, más bien del testimonio, Coetzee ya ha muerto. Hay un inglés, un investigador, Vincent, que se dedica a hacer entrevistas a personas que desempeñaron un papel significativo en la vida del escritor. Ellos y ellas saben mucho de Coetzee. Participan en el juego memorístico, una amante, un amigo y una amiga, un romance platónico de la infancia y la madre de una alumna.

Como queda patente en Verano, Coetzee parece extremadamente tímido, introvertido y con tendencia al aislamiento social. Suponemos que algo de lo que cuenta tiene que ver con él. Por lo que he leído no está nada claro cuándo habla de sí mismo y cuando está creando una cortina de humo para esconderse tras ella. Nuria Amat ha llegado a definir Verano como «la autobiografía falsa más verdadera y genial de la literatura».

Partiendo del hecho de que estamos frente a una autobiografía llena de «mentiras», el relato está situado a finales de los años 70. Se refiere al período en la vida de Coetzee comprendido entre 1972 y 1976. En esa época vivía con su padre y había publicado sin demasiada resonancia crítica sus dos primeras novelas. En ese escenario se sitúan las entrevistas. Julia Frankl dibuja a Coetzee como un individuo torpe, sin atractivo personal y carente de la más mínima habilidad social. Remata su descripción con un «inepto como amante»: «No estaba construido para encajar en otro ser o para que otro se encajara en él». La siguiente entrevistada es su prima Margot con la que tuvo un romance infantil, ingenuo y sin sexo: «no puedo imaginarle entregándose incondicionalmente a nadie». Adriana, la madre de una alumna de inglés, lo presenta como un hombre débil e inseguro, en el que no destaca nada importante; carente de virilidad, de pasión: «un hombre de madera». Martin, compañero universitario lo considera un sin patria que se dedicó a enseñar «como muchos inadaptados pero nunca se apasionó por su trabajo». Finalmente, nos queda Sophie, compañera de enseñanza y ex amante, que lo recuerda como un utópico ingenuo.

Al leer a Coetzee no he podido dejar de pensar en Philip Roth y en sus novelas. Siempre me he preguntado cuánto de lo que contaba tenía que ver con él.

Supongo que introducirse en Verano sin conocer más extensamente a Coetzee no tiene mucho sentido, es empezar la casa por el tejado; quizá lo más sensato sería contactar con él desde el principio de su obra, y comprobar la construcción que hace del mundo y de sí mismo, y si dicha construcción es acorde con su autobiografía. En cualquier caso, merece la pena su lectura.