Mostrando entradas con la etiqueta Auster Paul. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Auster Paul. Mostrar todas las entradas

24 feb 2025

Entre la niebla

Viajes por el Scriptorium (2006)

Paul Auster




Por Ángel E. Lejarriaga



Paul Auster (1947-2024). Viajes por el Scriptorium se publicó en el año 2006. Eesta novela era esperada, entre otras cosas para constatar si estaba a la altura de las anteriores; esto, fundamentalmente lo planteaba la sesuda crítica literaria, al resto de los seguidoras de Auster es más que probable que les diera igual el calibre del resultado, sólo querían leer textos producidos por él. Según se dijo, la obra jugaba con todo lo que había escrito hasta ese momento; tenían razón porque por la novela aparecen personajes que habían estado presentes en reconocidas obras anteriores. En la narración estos personajes visitan al protagonista en una habitación en la que se encuentra aparentemente prisionero. En síntesis, el hombre encerrado es el propio autor y es visitado por sus creaciones, esto no lo sabe él. Unamuno ya describió ese encuentro entre autor y personaje en Niebla. Mr. Blank, así se llama el protagonista, tiene unos sesenta años, aparte de estar bastante maltrecho físicamente tiene grandes lagunas de memoria sobre su pasado. Un buen día se despierta en el cuarto y no recuerda quién es ni que hace allí, entonces comienzan las visitas de los personajes que él creo, aunque como se ha dicho no sabe que son obra suya.


Siempre, ante cualquier narración, esperamos que el autor empiece contándonos el porqué de esa historia, su justificación y dirección, luego queremos que nos explique el final, por muy abierto que esté. En este caso nos vamos a llevar una sorpresa porque Auster no nos va a complacer. Aunque el libro parece una novela en realidad no lo es, sino más bien una reflexión sobre el acto creativo. Es decir, el argumento no posee sentido. La obra la podría haber firmado perfectamente Frank Kafka, sin lugar a dudas. Mr. Blank no sabe cómo ha llegado a esa habitación y, además, presumiblemente nunca va a salir de ella, tampoco sabe la razón. El tema parece absurdo y lo es realmente. En unas declaraciones que realizó Paul Auster cuando presentó este libro dijo que era “el punto final de su carrera”. Entonces, ¿qué nos está diciendo? ¿Es un homenaje a sí mismo, a sus personajes? ¿Es un simple ejercicio de escritura cuando no surgen ideas nuevas que plasmar en el papel? No podemos conocer los oscuros secretos del autor pero lo cierto es que mantiene durante todo el tiempo de lectura la tensión, hasta hacer que el lector tenga prisa por llegar al final para saber de qué va el texto, porque hasta la última línea las páginas tienen que conducir a algún sitio; eso esperamos. Lo cierto es que se trata más bien de un rompecabezas que nos conducirá a una explicación atrevida e inesperada. En principio no sabemos quién es Mr. Blank, sí sabemos que se siente culpable tal vez por algo que hizo en el pasado, aunque piense que lo que le sucede es injusto. Los visitantes proporcionan algo de información, leve, ni mucha ni poca; luego están los papeles que hay sobre su escritorio, que parecen indescifrables, y unas fotografías, la suma ello va dando cierta forma al relato, hasta el momento apoteósico en el que una de las visitas confiesa a Blank que no existe, que es una invención de él: “No somos nada, pero la paradoja es que nosotros, seres puramente imaginarios, sobrevivimos a la mente que nos creó, porque una vez arrojados al mundo existiremos hasta el fin de los tiempos, y nuestras historias seguirán contándose incluso después de que hayamos muerto”.

Mr. Blank es Auster y de algún modo debe penar por el daño que ha hecho a sus creaciones. La incertidumbre va a ser su condena, como en el mito de Sísifo, cada día que se despierte tendrá que empezar de nuevo a preguntarse quién es, dónde está, qué hago aquí: “Mañana no recordaré ni una palabra de lo que he dicho hoy. Y usted lo sabe. Lo sé hasta yo, que no sé ni por dónde ando”.

Scriptorium literalmente se define como “un lugar para escribir”. Se ha utilizado habitualmente el término para describir una habitación durante el medievo europeo que se dice que había en los monasterios en los que se copiaban manuscritos. Alguna tesis producto de la investigación ha afirmado que dichas estancias eran poco frecuentes y que “la mayor parte de la escritura monástica se habría realizado en una especie de cubículos que existían en los claustros o en las propias celdas de los monjes”. No obstante, de existir tales habitaciones habrían estado próximas a una biblioteca. Así, el hecho de que en un monasterio hubiera biblioteca indicaba que en sus proximidades habría un scriptorium.

Otras entradas sobre Paul Auster en este blog:

7 ene 2025

La oscuridad


UN HOMBRE EN LA OSCURIDAD (2008)
Paul Auster



Por Ángel E. Lejarriaga


Paul Auster (1947-2024). Un hombre en la oscuridad se publicó en el año 2008, y tuvo críticas a favor y en contra en las que no vamos a entrar. A grandes rasgos se puede decir que mantiene la estructura habitual del autor, la que lo caracteriza, mezcla de realidad y ficción, distintas narraciones que se superponen y el azar, por supuesto. En este caso, la novela llega mucho más lejos porque alcanza un cenit en el que podemos confundir lo que es real de lo que no lo es.

La trama oscila alrededor del mundo material de August Brill que se funde con el imaginado de la mano de Owen Brick (creación de Brill). Brick ha recibido la misión de matar a su creador porque la narración inventada por Brill está modificando la historia de los EEUU, ha generado una guerra civil. Es una distopía, desde luego, que escribe un hombre atrapado en una cama debido a un accidente de automóvil. La historia de Brill es común, puede ocurrirle a cualquiera, pero desgraciada: cuenta 72 años, está jubilado y es viudo, tiene una pierna bastante deteriorada que lo incapacita para moverse con libertad. Tras su estancia en un hospital se ha ido a compartir casa con su hija y su nieta. Ambas viven en soledad porque sus parejas las han abandonado. Brill, aunque puede moverse en silla de ruedas, pasa muchas horas en la cama y se entretiene, paliando de paso el insomnio, inventándose historias a cual más complejas, que modifica a capricho.
“La noche aún es joven, y sin moverme de la cama, con los ojos clavados en la oscuridad, en una tiniebla tan impenetrable que no se alcanza a ver el techo, me pongo a recordar la historia que empecé anoche.”
Brill ha sido un ávido lector y ha trabajado como crítico literario por lo que conoce bien el arte de la narración. Con este bagaje va dando forma a su personaje por excelencia, Owen Brick, al que hace enfermar de amnesia parcial.

¿Quién es Owen Brick? Se trata de un varón en la treintena, con un buen trabajo y una vida deseable, vive en Nueva York, se podría decir que lleva una vida plácida; hasta que un día despierta en el fondo de un pozo vestido con un uniforme militar. Sabe quién es, recuerda su vida, pero desconoce qué hace en ese lugar y mucho menos vistiendo ese uniforme. Brill lo imagina en ese agujero, sin identificación. A partir de esa situación insólita, el imaginativo autor empieza a desarrollar la historia.
“Recordamos lo que hemos sido: durante un tiempo fuimos jóvenes, fuimos fuertes, fuimos bellos incluso. Más aún: recordaremos embelleciéndonos, haciéndonos mejores de lo que en realidad fuimos. En la memoria hay una parte de verdad, pero en esas rememoraciones hay también una cirugía reparadora: creemos recordar a alguien mejor de lo que realmente fue.”
En la narración van a aflorar muchas reflexiones sobre la supervivencia, la superación de los retos que nos ponen delante la existencia, la desaparición de nuestros seres queridos, los traumas vividos que no podemos superar, en sí, las amputaciones continuas que supone envejecer. Al final, la muerte nos está esperando, siempre ha estado ahí, pero mirábamos para otro lado, con eso pensábamos que la evadíamos; y no es que la tengamos miedo, es que la vida nos ha sabido a poco, demasiado sufrimiento acumulado y pocos recuerdos gozosos. Según nuestro estado de ánimo presente así será nuestra narrativa sobre lo que nos ha acontecido en el pasado, la memoria no es una propiedad segura del cerebro humano, fabula, embellece o ensucia experiencias que en un momento dado llegamos a cuestionar si en realidad sucedieron. ¿Para qué juzgarnos entonces?

Todo esto y mucho más pasa por la cabeza de August Brill. Su tiempo en la tierra se acaba, pero le queda su imaginación, de nada le sirve cuestionarse las decisiones tomadas, lo que no hizo, por las razones que fueran; poco tiene a lo que aferrarse salvo su capacidad para narrar historias.

Otras entradas sobre Paul Auster en este blog:

· La música del azar
· La historia de mi máquina de escribir
· El cuaderno rojo
· La noche del oráculo
· El cuento de Navidad de Auggie Wren
· Leviatán
· La invención de la soledad
· Un baño de literatura


8 abr 2024

Un baño de literatura



LA HABITACIÓN CERRADA  (1986)
Paul Auster


Ángel E. Lejarriaga

 

Paul Auster (1947). Esta novela se publicó en 1986, y supuso el punto y final a la que se etiquetó como La trilogía de Nueva York, compuesta por tres novelas publicadas entre los años 1985 y 1987: Ciudad de cristal, Fantasmas y La habitación cerrada. Las tres obras tocan temas diferentes, pero en ellas los personajes se encuentran a la deriva en un torrente azaroso, en el que la voluntad pretende imponerse sobre un universo narrativo en el que el ensayo y la ficción que inspiran al escritor se confunden, y dejan al lector ante el laborioso esfuerzo de apañarse como pueda ante el vértigo de la comprensión que la lectura le exige.

“En última instancia, una vida no es más que la suma de hechos contingentes, un crónica de intersecciones casuales, de azares, de sucesos fortuitos que no revelan nada más que su propia falta de propósito.”

En La habitación cerrada, aunque aparentemente el protagonista es un escritor desaparecido de nombre Fanshawe, el auténtico eje vertebrador del relato es el propio narrador. Fanshawe y éste se conocen desde la infancia, son buenos amigos, confían el uno en el otro. En un momento dado el primero decide desaparecer, abandona a su esposa y a su hijo, y una infinidad de textos que nunca se decidió a poner en manos de un editor. Antes de marcharse da instrucciones a su compañera sentimental para que le pase todo el material escrito al narrador, cuyo nombre desconocemos. A partir de estos hechos se inicia una investigación sobre el porqué de la huida de Fanshawe, y el objeto final de la misma. Su desaparición así como el estudio de sus manuscritos se van a convertir en una obsesión para el narrador.

“Cada frase borraba la frase anterior, cada párrafo hacía imposible el siguiente. Es extraño, entonces, que la sensación que sobrevive de ese cuaderno sea de gran lucidez. Es como si Fanshawe supiera que su obra final tenía que subvertir todas mis expectativas. Había contestado a la pregunta haciendo otra pregunta, y por lo tanto todo quedaba abierto, inacabado, listo para empezar de nuevo.”



Obras del autor comentadas en este blog:

10 jul 2019

La invención de la soledad

Por Ángel E. Lejarriaga



Este texto es una autobiografía de Paul Auster (1947) publicada en 1982. Tiene otras tres de semejante factura en las que el autor habla de sí mismo: A salto de mata; crónica de un fracaso precoz (Hand to Mouth, 1997), Diario de invierno (Winter Journal, 2012) e Informe del interior (Report From the Interior, 2013).

En La invención de la soledad utiliza la muerte de su padre para iniciar una profunda reflexión sobre diversos aspectos de la existencia. Está compuesta de dos partes que reciben nombres distintos: “Retrato de un hombre invisible” y “El libro de la memoria”. La primera habla de su padre y de la relación con él. La segunda continúa en la línea anterior pero va más allá y se sitúa él mismo en el epicentro de la paternidad. Luego, según avanza el relato, Auster se enfrenta a la soledad necesaria del que escribe y la relación inseparable con la memoria.


El esfuerzo de Auster es supremo, su padre ha muerto, está vendiendo su casa y mientras revuelve entre sus cosas siente la urgente necesidad de reconstruir su vida. Él pensaba que de ese contacto no iba a surgir dolor pero se equivocaba. La personalidad de su padre era un misterio, nunca le había entendido, y en ese instante trágico tiene la oportunidad de comprobar qué había detrás de sus conductas tanto hacía él mismo como hacia el resto de la familia. Esta indagación la quiere convertir en texto pero no es fácil, las palabras duelen y se resisten a tomar forma en el papel. Quiere descubrir las claves de su padre, el porqué de su frialdad, de su distanciamiento. No niega que mantuviera a la familia, que les diera todas las satisfacciones materiales que estaban en su mano, pero sin sentimientos.
“[…] y allí, a la distancia entre las sombras que aleteaban a su alrededor, nací yo, me convertí en su hijo y crecí, como una sombra más que aparecía y desaparecía en el oscuro ámbito de su conciencia.”
Su progenitor era poco más que una cuenta corriente, una figura fantasmal, un espectro. Estaba pero no estaba.
“Jamás fue capaz de encontrarse donde estaba en realidad; durante toda su vida estuvo en otro sitio, entre aquí y allí. Pero nunca realmente aquí y nunca realmente allí.”
“Era de una neutralidad tan implacable, su conducta era tan absolutamente predecible, que todo lo que hacía resultaba sorprendente. Uno no podía creer que existiera un hombre así, sin sentimientos, que esperara tan poco de los demás.”
La idea de Auster era cauterizar la herida que permanecía abierta con respecto a la relación que había mantenido con él pero no lo consigue, la herida se abre aún más.
“Ha habido una herida y ahora me doy cuenta de que es muy profunda. Y el acto de escribir, en lugar de cicatrizarla como yo creía que haría, ha mantenido esta herida abierta.”
Cuando parece que la historia del padre no da para más descubre algo que ha sido guardado celosamente por su familia paterna, un secreto del que nadie ha querido hablar en decenas de años.
“Los artículos de los diarios están sobre mi mesa. Ahora que ha llegado el momento de escribir sobre ellos, me sorprende encontrarme a mí mismo haciendo cualquier cosa para posponerlo. Lo he estado aplazando toda la mañana […] Cualquier cosa me distrae. No es que tenga miedo de la verdad, ni tampoco que tenga miedo de contarla. Mi abuela mató a mi abuelo […]”
Auster no tiene escapatoria, el pasado está ahí, pero sabe que si quiere que el dolor disminuya tiene que aceptar a su padre tal y como era y dejarlo ir.

La segunda parte de La invención de la soledad,  “El libro de la memoria” Auster la escribe en tercera persona y se refiere a sí mismo como A. Aunque es continuación del texto anterior, sin embargo se observa claramente que el duelo por la muerte de su padre ya no es el tema principal, lo que más le preocupa es su propio papel de padre de su hijo de tres años Daniel.
“[…] cuando el padre muere —escribe—, el hijo se convierte en su propio padre y en su propio hijo. Mira a su hijo y se ve a sí mismo reflejado en su rostro. Imagina lo que el niño ve cuando lo mira y se siente como si interpretara el papel de su propio padre.”
En el tiempo en el que escribe pasan muchas cosas en su vida que le sitúan al límite de la angustia. Adora a su hijo pero se separa de su esposa y eso pone en peligro el contacto con el niño. Cuando Daniel enferma de neumonía su zozobra se convierte en naufragio. Al final todo acaba bien. Una segunda parte de la segunda parte está referida a la soledad que experimenta el escritor al encontrarse ante su obra, también reflexiona sobre el imprescindible papel de la memoria en la tarea literaria sin la que no existiría nada.
“En ese momento la ecuación se volvió clara, el acto de escribir como un acto de memoria. Pues el quid de la cuestión es que, aparte de los poemas, no había olvidado nada de todo aquello.”

Otros artículos sobre Paul Auster:






4 dic 2018

La música del azar



Por Ángel E. Lejarriaga


Esta es una de las obras de Paul Auster (1947) que mejor le sitúa en su universo interior, el del azar, que precisamente da título a la novela de 1990, La música del azar, y que se publicó en España en 1997. Era la quinta. Antes habían aparecido Jugada de presión (1982), La trilogía de Nueva York (1991), El país de las últimas cosas (1987) y El palacio de la luna (1989). Todo un prodigio de producción literaria que dejó sin aliento al buen lector norteamericano, en aquellos años.

Los individuos que aparecen en la novela son corrientes, arrojados a un mundo en el que vagan, unos aguardando expectantes que el azar les sonría, otros sin esperar nada más que vivir el día a día con las pretensiones justas. En este texto no hay grandes consideraciones filosóficas sobre la existencia humana salvo una cierta sensación perturbadora que parece decir que hagas lo que hagas te va a dar igual; aun así, los personajes no se abandonan del todo y se agarran como garrapatas a obsesiones de las que podrían prescindir y que, desde luego, generan efectos perniciosos sobre sus vidas. La narración no es compleja en contraposición a otras obras de Paul Auster pero sí obliga a seguir leyendo una vez que posas los ojos en la primera página, porque quieres saber en qué va a concluir el viaje nada épico de los dos anti héroes, dos individuos que nada saben del oficio de vivir porque solo han vivido una vez y, obviamente, no parece que vayan a repetir. Desde una testarudez digna de ser alabada, se mantendrán firmes en sus planteamientos hasta la última página, con un posicionamiento individual que roza lo demencial. 
Nashe, el bombero, es un buen hombre, alguien como nosotros, abandonado al curso inexorable definido por el hecho mismo de nacer, que intenta pasar el rato lo mejor que puede. Una herencia inesperada le permite dejarlo todo y hacer algo tan norteamericano como echarse a la carretera, una forma como otra cualquiera de rebelión contra la estupidez de la vida cotidiana. En principio parece que el azar le da un respiro y sonríe satisfecho. En esas anda cuando aparece el joven Pozzi, la imagen perfecta del perdedor que no sabe que lo es, que vive como puede —como un corcho a la deriva—, sin asideros de ningún tipo.

Los dos forman un tándem paterno filial pero sin demasiado apego entre ellos, digamos que se hacen compañía porque el camino es más llevadero si es compartido. En una encrucijada se van a encontrar con Flower y Stone; ahí comienza otra historia, quizá inverosímil, pero también lo sería, visto desde otro planeta, si analizáramos las vidas que llevamos desde que nacemos, sacrificadas en la máquina que todo lo devora a la que denominamos trabajo. En mis oídos resuena la frase determinante que tantas veces he escuchado «Así es la vida», es cierto así es, pero ocurre lo que ocurre porque nosotros lo permitimos, ese estigma no lo llevamos en nuestros genes. Que nadie crea que Nashe y Pozzi se hacen estos planteamientos tan profundos, ya lo he dicho al principio, su acontecer es mucho más prosaico que todo esto.

No sabría decir si los dos juegan con el azar o es el azar el que juega con ellos, más bien lo segundo; en cualquier caso, la suerte no dura siempre, ni para bien ni para mal, aunque haya gente a la que parece la ha mirado un tuerto por el ensañamiento malévolo que recibe de hados invisibles e inmisericordes.

Con los elementos que he mencionado ha construido Paul Auster esta trama, por momentos increíble, por momentos muy próxima. De alguna manera inconsciente e imprevisible, ambos protagonistas han sido juzgados y condenados desde el momento de nacer, y deben cumplir su pena en una cárcel que aparentemente no tiene rejas. ¿Nos suena a algo esta metáfora?



22 ene 2018

La historia de mi máquina de escribir



Por Ángel E. Lejarriaga



Si digo que Paul Auster siempre logra sorprender a sus seguidores me quedó corto, a veces incluso nos abruma con su atrevimiento, convirtiendo lo aparentemente trivial en un acontecimiento de primera magnitud. En este caso hablamos de su máquina de escribir. ¿Se puede editar un libro sobre tu máquina de escribir? Pues sí. Auster lo hizo en el año 2000. Un minúsculo texto bellamente ilustrado por el pintor Sam Messer, trastornado con la máquina de escribir de Paul Auster, sobre la que ha pintado numerosas obras repartidas por medio mundo.

Esta historia se inicia en 1974, Auster llega a New York y se queda sin herramienta para escribir —a él siempre le ha gustado escribir a mano, a bolígrafo o a pluma—, en este caso sin su máquina Hermes que no había sobrevivido a su último viaje. Azarosamente, como ocurre casi siempre en nuestras inescrutables vidas, unos pocos días después un viejo amigo de la facultad le invitó a cenar, y durante el encuentro salió a colación el tema de su máquina de escribir. Su amigo le planteó que se quedara con la suya, que estaba prácticamente nueva; se la habían regalado al terminar el bachiller y la tenía guardada en un armario. Se trataba de una Olympia portátil que de inmediato enamoró a Paul Auster. Cuarenta dólares tuvieron la culpa de que la máquina cambiara de dueño. La máquina era un artefacto originario de Alemania Occidental con capacidad para ser casi eterna si se le proporcionaban los cuidados necesarios. Todavía —según parece— no se había inventado la obsolescencia programada. Después de aquella compra, Auster tuvo la oportunidad de cambiar de máquina, cambiándola por una eléctrica, pero, según escribió, no le gustaba el sonido que emitía. La Olympia, a pesar del traqueteo y trabajo con que Auster la castigó, parecía indestructible. Según confesó tuvo que cambiarle los rodillos en dos o tres ocasiones. Y una vez su hijo de dos años le partió la palanca de retroceso, accidente que fue subsanado por una hábil soldadura de un taller de reparaciones próximo a su casa.


Paul Auster rechazó las máquinas eléctricas pero también rechazó los primeros procesadores de textos; las leyendas urbanas de entonces hablaban entre susurros de pérdidas inconfesables de material escrito por cortes de la luz y demás accidentes posibles. Más adelante llegaron las computadoras de sobremesa y aunque sus amigos se pasaron a los nuevos artilugios, él permaneció fiel a su Olympia. Temiendo lo peor, es decir que desaparecieran los consumibles —las cintas— para la misma, llegó a encargar a una papelería de Brooklyn todas las cintas que encontrara a la venta. Se dice que compró cincuenta.

En fin, esta es la historia de la dichosa máquina de escribir a la que inmortalizó San Messer, amigo íntimo de Auster, que se obsesionó con la Olympia, más si cabe que el propio escritor.







1 jun 2017

El cuaderno rojo

Por Ángel E. Lejarriaga



Este librito de apenas 90 páginas apareció en 1992. Recopila pequeñas historias, que pretenden ser autobiográficas. Sobre su veracidad no vamos a especular, en el universo de Paul Auster (1947), realidad y ficción se confunden, y, necesariamente, tenemos que creernos lo que nos cuenta, gozando de paso con ello. Qué más da si lo que nos cuenta no es fiel a los hechos; lo que recordamos de nuestro pasado tampoco lo es y podemos soportarlo con un desenfado infinito.

Los relatos describen situaciones que definen muy bien el sol que ilumina los escenarios del autor: el azar. En ellos nos habla de casualidades, de sucesos poco probables que ponen en contacto a individuos dispares. ¿Nos suena el tema? Pues claro. Es Auster puro. Cuentos sencillos de vidas sencillas que nos describen a nosotras mismas, ansiosas de certezas y de ejercer un control exhaustivo sobre el mundo.

En una de estas significativas historias —«anécdotas» las ha llamado algún que otro analista sesudo—, describe cómo se planteó la estructura narrativa de Ciudad de Cristal (1985), una de las novelas cortas que componen Trilogía de Nueva York (1987). Las llamadas inquietantes a media noche, que preguntan por alguien que no es el que contesta; llamadas que hacen que la imaginación del receptor de las mismas se desencadene para construir posibilidades que vayan más allá del cubículo infecto en el que vive. Coincidencias, errores trascendentales, sino, fatalidad: la vida misma.

La biografía que conocemos de Paul Auster cuenta que siendo un adolescente, durante una excursión por una zona forestal, se desató una tormenta de tintes muy agresivos. La persona que conducía el grupo les ordenó que se colocaran en fila india para cruzar una alambrada. Así lo hicieron. Un compañero llamado Ralph se sitúo delante de Paul. En el momento de saltar cayó un rayó y mató al chico. Dicen que Auster tiene un pensamiento obsesivo desde entonces «¿Qué habría sucedido sí el rayo me hubiera caído a mí?» En realidad, es una preocupación vana o inútil, como todas las obsesiones lo son; la respuesta a la suya es clara: estaría muerto, sin más. Fin de la historia.

Su caso, desde luego, es extremo; generalmente la existencia nos sitúa en encrucijadas en que no vemos tan clara las consecuencias, salvo a posteriori, cuando el tiempo ha pasado. «¿Qué hubiera sucedido si hubiera hecho esto o aquello?» «Si aquel día no hubiera cogido el metro no habría conocido a X.» Así es, a eso lo llamamos azar. No podemos hacer nada ni a su favor ni en su contra. Nos queda la voluntad como arma transformadora. A pesar de ella, seguimos teniendo que elegir en todos los cruces de caminos, ¿cuál es el esperamos que sea mejor?; a veces ni eso, el camino, un evento, o alguien elige por nosotros. Esto es El cuaderno rojo. Auster nos dice claramente que «el mundo es un misterio».

El librito sabe a poco.
«Un día, mi futura cuñada estaba hablando con una amiga norteamericana, una joven que también había ido a Taipei a estudiar chino. La conversación tocó el tema de sus familias en Estados Unidos, lo que dio pie al siguiente diálogo:
—Tengo una hermana que vive en Nueva York -dijo mi futura cuñada.
—También yo -contestó su amiga.
—Mi hermana vive en el Upper West Side.
—La mía también.
—Mi hermana vive en la calle 109 Oeste.
—Aunque no te lo creas, la mía también.
—Mi hermana vive en el número 309 de la calle 109 Oeste.
—¡La mía también!
—Mi hermana vive en el segundo piso del número 309 de la calle 109 Oeste.
Su amiga suspiró y dijo:
—Sé que parece un disparate, pero la mía también.
Es prácticamente imposible que haya dos ciudades tan lejanas como Taipei y Nueva York. Están en las antípodas, separadas por una distancia de más de quince mil kilómetros, y cuando es de día en una es de noche en la otra. Mientras las dos jóvenes se maravillaban en Taipei de la sorprendente conexión que acababan de descubrir, cayeron en la cuenta de que sus dos hermanas probablemente dormían en aquel instante. En el mismo piso del mismo edificio del norte de Manhattan, cada una dormía en su apartamento, ajena a la conversación que, acerca de ellas, tenía lugar en el otro extremo del mundo.»

30 mar 2017

La noche del oráculo

Por Ángel E. Lejarriaga



La novela se publicó en los EEUU en el año 2003, en España apareció un año más tarde en la editorial Anagrama. Si bien todas las obras de Paul Auster son sorprendentes y nunca te defraudan, esta sobrepasa cualquier expectativa anterior. Tanto técnica como temáticamente, Auster coloca su listón narrativo muy alto, si bien se pueden encontrar reminiscencias de una de sus primeras novelas ― muy recomendable―, Leviatán (1992). A esta última ya se la considera una obra maestra; entonces, qué decir de La noche del oráculo, ¿quizá que es insuperable?

Auster tiene la capacidad de contar historias que en boca de otros tal vez nos resultaran increíbles, pues él las presenta de tal modo que consigue sumergirnos en ellas y hacernos cómplices de sus artificios estilísticos. En este caso su atrevimiento le lleva a incluir notas a pie de página en el texto, que generan, simultáneamente, líneas narrativas diferentes que confluyen en un espacio común. Las historias que circulan por la novela, corren paralelas, se superponen, emergen unas de otras y conforman la obra. Magia pura ni más ni menos. Quizá sea uno de los libros más complejos que ha escrito Auster.

La novela describe, como han hecho otros autores norteamericanos contemporáneos, una sociedad decadente y agresiva; pone en tela de juicio la problemática del día a día de una ciudadanía que no sabe hacia dónde dirigir sus pasos.
«Todos hemos pensado alguna vez dejar la vida que llevamos.»
Su crítica, por momentos, va más allá de lo estrictamente urbano o doméstico, por llamarlo de alguna forma, para tocar lo político, y en ese punto el escritor no se muerde la lengua.
«La idea es que los gobiernos siempre necesitan enemigos, aun cuando no estén en guerra. Si no tienen enemigos, se los inventan y si no se propagan rumores. Eso asusta a la población, y cuando la gente tiene miedo, procura ser obediente.»
 El centro narrativo de la obra es Sidney Orr, un escritor neoyorkino que se ha pasado unos cuantos meses al borde de la muerte, de hecho los médicos le dieron literalmente por muerto. Cuando sale del hospital, pretende recuperar su vida pasada, y dentro de ella se encuentra la escritura, que ha abandonado durante la enfermedad. Pero la empresa no es tan fácil como él supone, está en blanco, no se le ocurre nada y eso le desespera porque si no escribe su vida carece de sentido. En esas andanzas se encuentra cuando por azar descubre una hermosa librería, regentada por un chino, el señor Chang. En cuanto entra en la tienda se queda maravillado de lo que ve, pero sobre todo le llama la atención un cuaderno azul fabricado en Portugal; hasta tal punto, que en cuanto lo adquiere comienza a escribir compulsivamente.
«Cuando empieza la historia, al despacho de Bowen acaba de llegar un manuscrito. Novela breve, con el sugestivo título de “La noche del oráculo”, es al parecer obra de Sylvia Maxwell, novelista famosa en los años veinte y treinta que murió hace casi dos décadas.»
Replanteando la cuestión, Paul Auster escribe una historia en la que aparece un personaje que se llama Orr ―eso nos queda claro―, y este escribe una novela que a su vez está inspirada en otra novela que nos habla de una cuarta de nombre La noche del oráculo. Alguien dijo que esta obra se representaba muy bien con la imagen de las muñecas rusas: cuando abres una y encuentras otra en su interior, abres esta última y aparece la siguiente, así sucesivamente.

Aunque contado de esta manera pueda parecer un texto farragoso, no lo es. Las vivencias transitan fácilmente, las podemos seguir sin ningún problema, a pesar de que se junten, se separen y se vuelvan a juntar.

Si se parte de la idea de que la narración va a ser lineal y podemos anticipar el final por anticipado, nos vamos a equivocar y mucho; nada es lo que parece, hay que leer atentamente y estar preparados para la siguiente sorpresa, que procederá del pasado o del presente, quién sabe. Las historias navegan por un océano borrascoso que es la vida de New York, de sus gentes, de sus calles, de sus comercios. Son las pequeñas cosas las que nos salen al paso y se desnudan delante de nuestras narices; unas veces seremos conscientes de su presencia y otras no: la vida misma.

Leer esta novela te hace amar la literatura, los libros y todo lo que ello conlleva de imaginación, de conocimiento, de introspección, de análisis, de compartir, contando a través de la palabra escrita.
«La mesa de un escritor es un lugar sagrado, el santuario más íntimo del mundo, y está prohibido que los extraños se acerque a él sin permiso.»
«No queremos saber cuándo vamos a morir ni cuándo va a traicionarnos la persona a quien amamos. Pero nos encantaría saber cómo eran los muertos antes de morir, conocer a los muertos cuando estaban vivos.»
El amor y la muerte, el dolor, el deseo, la alegría y el perdón nos acompañarán por sus páginas como amistades próximas que nos señalan uno de los posibles caminos que la existencia dibuja sobre su campo visible.
«El misterio del deseo empieza cuando se mira a los ojos al ser amado, porque únicamente allí puede percibirse un destello de quién es esa persona.»
El propio Paul Auster manifestó en su momento que a la hora de escribir la novela había querido indagar en el amor y en el perdón, y que le interesaba mucho saber si era posible que a través del primero consiguiéramos el segundo. Es decir, que si el amor nos dota de la capacidad de perdonar: «Todos cometemos errores y hay quién no puede soportar eso.»

El mundo de La noche del oráculo es el mundo de Auster, en plenitud; es su universo particular, que él ha definido como un dios omnipotente, y en el que desea enmarcar su obra, centrado en la ciudad de New York y en el azar como variables dominantes.
«Al llegar, Nick va al mostrador de billetes y pregunta cuándo sale el siguiente vuelo. ¿El vuelo a dónde?, pregunta el empleado. A cualquier parte, responde Nick.»
«Flitcraft cae en la cuenta de que el mundo no es un sitio tan racional y ordenado como él creía, de que ha estado equivocado desde el principio y jamás ha entendido ni palabra de lo que ocurría en él. Es el azar quien gobierna el mundo, lo aleatorio nos acecha todos los días de nuestra vida, una vida de la que se nos puede privar en cualquier momento, sin razón aparente. Cuando termina de comer, Flitcraft concluye que no tiene más remedio que someterse a esa fuerza aniquiladora, que debe destruir su vida mediante algún gesto sin sentido, totalmente arbitrario, de negación de sí mismo. Pagará con la misma moneda, por decirlo así, y sin molestarse en volver a casa o despedirse de su familia, sin tomarse siquiera el trabajo de sacar dinero del banco, se levanta de la mesa, se dirige a otra ciudad y empieza una nueva vida.»


19 jul 2016

El cuento de Navidad de Auggie Wren

Por Ángel E. Lejarriaga



Estoy de vuelta con Paul Auster, en este caso con un cuento, ni más ni menos. Independientemente de su contenido, del que ahora hablaré, lo más interesante es todo lo que le rodea en el momento en que es creado y lo que generará después.

La historia del mismo comienza a finales de 1990 cuando Auster recibe la propuesta del New York Times de escribir un relato de Navidad. El encargo le dejó estupefacto, qué sabía él, precisamente, de la Navidad. La frase que exclamó en el instante de recibir la noticia fue algo parecida a la que he expresado. Sin tener ni idea de cómo afrontar el asunto salió a pasear por su Brooklyn querido, y en el estanco que regentaba su amigo Auggie Wren (fotógrafo aficionado que a ratos retrataba la misma esquina que veía desde su tienda) encontró las claves secretas de su inmersión en el universo literario de la Navidad. Wren, aparte de venderle los puritos holandeses objeto de deseo de Auster, le contó una historia sobre una billetera perdida y su intento de devolución a su dueño.

Tras escucharle, Auster sabe que tiene su relato y le pregunta a Auggie por lo que quiere como recompensa, este se lo cambia por un almuerzo. No está mal. El texto que surge de ese encuentro es muy corto, pero daría pie al guion de la película Smoke, de Wayne Wang. Indudablemente, aquel frío paseo por Brooklyn le resultó rentable a Auster, el azar la favoreció sin que sirva de precedente. En 1994 escribió el guion y al año siguiente la película ganó el Oso de Plata y el premio del Jurado y de la Crítica Internacional del Festival de Cine de Berlín.

 El almuerzo con Auggie le salió barato, muy barato. Auggie renegó un poco de la película, no quiso que apareciera su nombre auténtico, su personaje en la película no salía muy airoso, vamos que no se gustó en él. Hay quien dice que todo esto que estoy contando es ficción. Tal vez ni existe Auggie. Qué más da. Lo que narra el cuento es muy hermoso, y es una buena forma de enfocar esa otra ficción a la que llamamos Navidad. Como si viviéramos una ficción dentro de otra ficción. La vida misma.
«Me detuve un momento y estudié a Auggie mientras una sonrisa maliciosa se extendía por su cara. No podría asegurarlo, pero en ese instante tenía una mirada tan misteriosa, tan llena de algún profundo regocijo, que de pronto se me ocurrió que había inventado todo. Estuve a punto de preguntarle si me había engañado, pero enseguida comprendí que nunca me lo diría. Yo le había creído y eso era lo único que importaba. Mientras haya una sola persona que se la crea, no hay historia que no sea cierta.»
La forma en que narra Auster es ligera, sin dar demasiado cuartel a lo que se salga del foco de atención. Quieres leer rápido porque deseas saber qué pasa al final; pero ahí surge la contradicción básica cuando te metes en su mundo, también deseas que la historia no se acabe, tienes la sensación de que puedes estar dejando algo importante de lado, la tensión que te genera resulta excitante y atractiva.

Este cuento de Navidad no es un cuento para niños aunque estaría bien que lo leyeran los futuros adultos, porque habla de soledad, de solidaridad y de amor al prójimo por encima de todo. Supongo que ese es el manido trasfondo de esta fiesta cristina. Por lo menos una vez al año tendríamos que meter un pobre en nuestra vida, ser solidarios con nuestra madre y ayudarla a recoger la mesa, visitar a la abuela, saludar a la vecina y pensar que los otros, esos que deambulan a nuestro alrededor, no son nuestros enemigos.



14 jun 2016

Leviatán

Por Ángel E. Lejarriaga


En los últimos años he leído una decena de libros de Paul Auster (1947), sin embargo, curiosamente, nunca he comentado ninguno de ellos. No se trata de un Premio Nobel, y tal vez debiera serlo, pero... Dando un rápido repaso a su vida, nació en Nueva Jersey, en los EEUU. Su afición por la lectura comenzó muy pronto ―ya apuntaba maneras― debido a la inmersión en la inmensa biblioteca que un tío suyo poseía. Tal vez debido a esa influencia o porque llevaba el talento en los genes, se dice que empezó a escribir a la edad de 12 años. Su formación académica fue exigente desde el principio, estudió en la Universidad de Columbia, en Nueva York, literatura francesa, inglesa e italiana. A partir de aquí inició un periplo viajero un tanto abrupto en el que se mezclaba la aventura y la necesidad. Como traductor viajó a París en donde vivió un tiempo para evitar ir a la Guerra de Vietnam. En esos primeros años de salida al mundo intentó trabajar en el cine sin éxito, hizo guiones para películas, hizo traducciones de poetas franceses, y, también, escribió poesía. Los diez años siguientes mantuvieron la tónica anterior: borradores de primeras novelas, traducciones, artículos para revistas, entrevistas, teatro, poesía y, por supuesto, se buscó la vida en otros oficios mucho menos intelectuales, por ejemplo, en un petrolero. Después de ese periodo iniciático, comenzaron a aparecer de manera regular sus novelas. Primero lo haría Jugada de presión, en 1982, con el seudónimo de Paul Benjamin. El país de las últimas cosas aparecería en 1987, El Palacio de la Luna en 1989 y La música del azar en 1990. A continuación vería la luz una de sus obras más famosas: La trilogía de Nueva York, 1991. Y en 1992 Leviatán, de la que voy a hablar hoy. A estas seguirían otras tan importantes como las primeras: Mr. Vértigo, 1994; Tombuctú, 1999; El libro de las ilusiones, 2002; La noche del oráculo, 2004; Brooklyn Follies, 2005; Viajes por el Scriptorium, 2006; Un hombre en la oscuridad, 2008; Sunset Park, 2010 y Diario de invierno, 2012.

Si hubiera que definir a Paul Auster con una palabra, esta sería «azar», la clave de toda su obra, la que mejor le representa. Pero el azar no es el único eje dominante, además, analiza con agudeza de sabueso las consecuencias de las decisiones humanas o de esos sucesos que aparentemente nada tienen que ver con nuestras vidas pero que sí la influyen, a veces decisivamente. Si bien es un autor que se lee muy bien, su estructura narrativa es compleja; abundan las digresiones y las historias que viven dentro de otras historias que a su vez pueden surgir de otras. En alguna de sus entrevistas ha hablado de sus influencias, y él lo tiene claro, en lo que respecta a su forma de narrar; Kafka, Beckett y Cervantes han sido sus padres literarios.

Leviatán cuenta la historia de un sujeto extraño, un tal Benjamin Sachs. La novela es un continuo cruce de caminos, buscados y contingentes con las decisiones que toman los personajes. El narrador es precisamente su mejor amigo, Peter Aaron. El drama coexiste con una descripción de la vida americana ciertamente poco halagüeña. Sus páginas están cargadas de un misterio que no se desvelará hasta el final. Desde ese punto de visto se la podría considerar como una novela negra. La novela comienza con intensidad desde la primera página cuando a un individuo le explota una bomba encima, que aparentemente estaba manipulando. Esta impactante noticia se extiende y le llega a Peter Aaron, que adivina de inmediato de quién se trata. El FBI inicia una investigación, y Aaron —sabedor de que darán con él tarde o temprano— decide escribir la biografía de su amigo Ben.

Benjamin Sachs es un tío simpático, algo atormentado, que en su juventud publicó una novela de éxito pero que no tuvo continuidad. En un momento dado de su vida decidió dejar de escribir lo que le convirtió en una especie de leyenda con un aire maldito. La vida de Ben y Peter se encuentran tan entrelazadas que uno no puede ser lo que es sin el otro. Aunque hay un narrador, la historia se cuenta a través de distintas voces por lo que existen diferentes enfoques, por lo que le toca al lector decidir cuál es la verdad con la que se queda, si es que existe una única visión de los hechos. Los valores que subyacen en la narración giran alrededor de la amistad y la lealtad, valores muy en desuso en nuestros días.

El protagonista, Benjamin Sachs, me recuerda mucho a Theodore Kaczynski, popularmente conocido como «Unabomber», un matemático y filósofo norteamericano nacido en 1942 que durante veinte años se dedicó a poner bombas caseras por todo EEUU, denunciando con sus acciones el modelo de sociedad industrial decadente y deshumanizada que está destruyendo al planeta. Desde 1998 cumple cadena perpetua. ¿Por qué me lo recuerda? Por las pautas de funcionamiento de ambos, y por la época en que actúa Kaczynski y en la que actúa Sachs. Los parecidos son enormes; los dos reniegan de la sociedad norteamericana. Los dos desaparecen súbitamente sin dejar rastro. Los dos tratan de combatir al «sistema» de una manera individualista, más que para atacarlo con sus acciones para hacer una denuncia del mismo. No cuento más detalles pero el paralelismo existe. Invito a los lectores a que indaguen el asunto.

La forma en que Paul Auster toca el tema de la guerra que Sachs declara al Estado es muy superficial; desde mi punto de vista, resulta simplista, pero es posible que si lo viera desde la mentalidad norteamericana, el enfoque se ajustara más. En cualquier caso, el personaje, a pesar de estar desajustado, se podría decir que se sitúa en un escenario políticamente correcto, salvando el pequeño detalle de las bombas.

Auster logra sorprenderme cuando dentro de la estructura de la novela aparecen las figuras de Emma Goldman y Alexander Berkman, sobre todo la de este último. Surgen de improviso a través de un manuscrito que encuentra Aaron en el que se narra la biografía de Berkman; Emma Goldman también está en el texto porque sus vidas corrieron paralelas. Paul Auster usa a Berkman como inspirador de la estrategia que luego va a seguir Sachs.

Tanto Emma Goldman como Alexander Berkman fueron dos sacrificados anarquistas que lucharon toda su vida por un mundo más justo. En lo que se refiere a Berkman, se hizo famoso a los veinte años por disparar a Henry Clay Frick, un empresario detestable y sanguinario que contrató a un ejército de mercenarios para romper la huelga del acero, en los EEUU, en 1892. Aunque Berkman no mató a Frick, estuvo recluido en la cárcel durante catorce años. Su estancia en prisión no hundió su ánimo, más bien lo templó; es decir, lo afianzo en sus convicciones combativas y anticapitalistas. Pero, la historia de Berkman no toca hoy, tal vez en otro momento la cuente.

Lo que más le interesa a Paul Auster de Berkman es su determinación y su sentido de la justicia, menospreciando los obstáculos y el precio que, inevitablemente, tiene que pagar; así se cambia la historia. Sachs no se parece a Berkman, no tiene ni su discurso ni su temple agitador pero comparten con él, el arrojo suficiente como para dar su vida por una causa que a priori parece perdida.