Mostrando entradas con la etiqueta García Lorca Federico. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta García Lorca Federico. Mostrar todas las entradas

26 dic 2023

Poemas de pasión y muerte


POEMA DEL CANTE JONDO (1921)

Federico García Lorca



Por Ángel E. Lejarriaga



Siempre debemos tener tiempo para glosar la inmensa figura de Federico García Lorca (1898-1936), vilmente asesinado por esos verdugos de poetas que se perpetúan a través de las décadas, sin que nada parezca ser capaz de borrarlos de la historia. 

Federico nació en Fuente Vaqueros, Granada, y desde niño mostró un talento para las artes y las letras excepcional: leía compulsivamente, tocaba el piano, escribía prosa, poesía y teatro. Quizá sea uno de los poetas más conocidos del mundo y sobre todo de la literatura española. Literariamente se le incluye en la denominada Generación del 27, unido a escritores como Jorge Guillén, Vicente Aleixandre, Emilio Prados, Pedro Salinas, Dámaso Alonso, Rafael Alberti, Luis Cernuda, Manuel Altolaguirre y Vicente Aleixandre.

Si damos un rápido repaso por algunos aspectos de su biografía, lo primero que llama la atención es su gran interés en la adolescencia por la música, de hecho estudió piano. Durante su estancia en la Universidad de Granada en tanto cursaba los estudios de Filosofía y Letras y de Derecho comenzó a frecuentar las tertulias de El Rinconcillo y del café Alameda, en las que resultaba atraído por todo tipo de lecturas que trascendían en los intensos debates que en dichas tertulias se desarrollaban. Su primer libro escrito en prosa se publicó en 1918, “Impresiones y paisajes”, fruto de un viaje por España. Un año después se marchó a estudiar a Madrid, a la Residencia de Estudiantes, decisión en la que influyó Fernando de los Ríos, su amigo personal y amigo de la familia. Su participación en esta institución supuso para el joven Federico una transformación intelectual incalculable pues se relacionó con figuras que serían representativas de la cultura española como Buñuel, Dalí o Rafael Alberti.



A partir de ese momento Lorca dio un salto cualitativo en su creatividad; entre 1919 y 1921 escribió sin cesar poesía, compuso música y escribió obras de teatro, algunas de ellas representadas. El año 1921 tras su regreso a Granada, conoció a Manuel de Falla y se sumergió en el “cante jondo”; después escribió una de sus obras emblemáticas “Poema del cante jondo” que no se publicaría hasta 1931. Su actividad cultural en esta ciudad, lo mismo que lo había sido en Madrid, fue intensa. En 1923 Lorca y Falla trabajaron juntos en un opera lírica “Lola, la comediante”, que nunca llevarían a buen puerto. Una visita a Salvador Dalí en Cadaqués, que hizo profundizar su amistad, provocó cambios en la sensibilidad artística de ambos creadores. El fruto de esta amistad se vio reflejado en la Revista de Occidente a través de su “Oda a Salvador Dalí”. Impulsado por el pintor, Lorca llegó a exponer en Barcelona algunas obras plásticas de su factura.

Se ha dicho que la etapa de madurez poética de Lorca se sitúa entre 1924 y 1927. Esta afirmación parece atrevida dado que estaba por crear “Poeta en Nueva York”, y hay que resaltar el trágico suceso de su muerte prematura. No sabemos ni lo que tenía en la cabeza ni lo que hubiera sido capaz de hacer de haber vivido más.

Los años 1928 y 1929 fueron duros para Federico, a pesar de que empezó a tener reconocimiento público, emocionalmente estaba afectado por el distanciamiento con Dalí y Buñuel, y por su ruptura sentimental con el escultor Emilio Aladrén. Estos hechos no impidieron que continuara escribiendo sin parar, aunque los frutos se vieran más tarde.



En 1929, a propuesta de Fernando de los Ríos, iniciaron un viaje a Nueva York, para Federico iniciático, que transformó radicalmente su poesía. Lorca definió este viaje como "una de las experiencias más útiles de mi vida". Eso sí, la idealización que pudiera tener de los EEUU se modificó in situ; le impresionó lo que vio y disfrutó de la libertad que allí se gozaba, pero no le gustó el tipo de sociedad, definió a la ciudad como un espacio “de alambre y muerte”; menos le entusiasmo el racismo que sufrían los afroamericanos y el capitalismo salvaje que que pudo constatar: “[Sobre los EEUU] Es una civilización sin raíces. [Los ingleses] han levantado casas y casas, pero no han ahondado en la tierra”. “Poeta en Nueva York” se publicó cuatro años después de que lo asesinaran los militares rebeldes. Esta obra es intensa y descriptiva de un mundo lejano de la visión progresista de Lorca; percibe a los EEUU como un país en el que predomina la discriminación por motivos raciales y de clase, y sobre el que flota una angustia perenne. De Nueva York viajó a La Habana donde se encontró más cómodo, a pesar de la pobreza; quizá el clima y la música le levantaron el ánimo. Allí comenzó a trabajar en sus proyectos teatrales más avanzados: “Así que pasen cinco años” y “El público”.

1931 provocó en Federico García Lorca otro cambio radical: su compromiso con su tiempo, con la historia. La proclamación de la II República le entusiasmó por lo que suponía de avance para un país atrasado y analfabeto, dominado por poderes oscuros (fácticos) que finalmente provocarían la Guerra Civil. Pero, curiosamente, estas fuerzas, si bien era conscientes de ellas, no le detuvieron en su compromiso, sin dudarlo en ningún momento se posicionó del lado de los desposeídos, de los que sufrían la injusticia social; así, decidió aportar su granito de arena al proceso de cambio que vivía el país; junto a Eduardo Ugarte y otros compañeros y compañeras de universidad, montaron “La Barraca”, un grupo de teatro ambulante que representaba obras del Siglo de Oro por los lugares más recónditos de España. El proyecto estuvo financiado por Fernando de los Ríos, flamante Ministro de Educación socialista de la recién nacida república. El golpe de estado de los militares truncó el proyecto en 1936.

En 1933 se produjo un hecho relevante que pudo haber cambiado la vida de Lorca de manera decisiva: Su viaje a Argentina. El motivo de este viaje fue el estreno en Buenos Aires de “Bodas de sangre” por la compañía teatral de Lola Membrives, que estaba teniendo un éxito clamoroso. Lorca fue invitado a ir y aceptó. En esta ciudad permaneció seis meses y no solo obtuvo por primera vez resultados económicos significativos, sino que dirigió “Bodas de sangre” más otras obras como “Mariana Pineda” o “La zapatera prodigiosa”. Durante su estancia en Buenos Aires conoció a lo más granado de la intelectualidad sudamericana, entre otros al poeta Pablo Neruda. Probablemente debió quedarse en Argentina pero incapaz de imaginar lo que iba a suceder, en 1934 regresó a España. A su vuelta escribió mucho teatro y también poesía: “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías”, “Doña Rosita la soltera”, “Yerma”, corrigió “Poeta en Nueva York” y “Diván del Tamarit”. También dio recitales de poesía y conferencias, viajó por Valencia y Barcelona, y siguió con su andadura con “La Barraca”. A todo esto, la situación política en el país era cada día peor, el acoso y derribo a la II República estaba en todo su apogeo, impulsado por los sectores más reaccionarios. En este contexto, Federico García Lorca estaba señalado, tanto por su compromiso político no partidista como por su homosexualidad. No le faltaron amigos que le ofrecieron facilitar su salida al extranjero pero él ignoró las propuestas y buscó refugio en la casa de verano de su familia: La Huerta de San Vicente. El 14 de julio de 1936 se encontraba allí. El día 20 estallaba en Granada la sublevación de los militares. El alcalde de la ciudad, Manuel Fernández Montesinos, su cuñado, era detenido y un mes más tarde fusilado. Lorca no acababa de comprender la magnitud del drama que se estaba produciendo a su alrededor; no obstante, buscó asilo en la casa de la familia del poeta Luis Rosales que tenía dos hermanos falangistas muy significados en la ciudad. El día 16 de agosto fue detenido por la Guardia Civil. José Valdés Guzmán, gobernador civil de Granada, preguntó a Queipo de Llano lo que hacer con él, la respuesta fue contundente: “Dale mucho café”. En la madrugada del 18 de agosto fue fusilado en el camino que transcurre entre Viznar y Alfacar. Con él fueron asesinados tres personas más: un maestro, Dióscoro Galindo, y dos banderilleros militantes anarquistas, Francisco Galadí y Joaquín Arcollas.



Mucho se ha escrito sobre Federico García Lorca desde entonces en todo el mundo; pero, por supuesto, su crimen ha quedado impune, como el de decenas de miles de personas que fueron ejecutadas por los golpistas, cuyos cuerpos todavía hoy día no han sido recuperados, ni condenados, aunque sea “moralmente”, a sus asesinos, cuyos sucesores siguen manejando la nación a su antojo.

Sobre la muerte de Lorca poco se puede añadir que no haya escrito el hispanista Ian Gibson; sin embargo, existe un poema que escribió Antonio Machado en 1937 que merece la pena traer a colación como muestra del dolor que produjo su pérdida.

“El Crimen fue en Granada”

1. El crimen


Se le vio, caminando entre fusiles,
por una calle larga,
salir al campo frío,
aún con estrellas de la madrugada.
Mataron a Federico
cuando la luz asomaba.

El pelotón de verdugos
no osó mirarle la cara.
Todos cerraron los ojos;
rezaron: ¡ni Dios te salva!
Muerto cayó Federico
—sangre en la frente y plomo en las entrañas—
… Que fue en Granada el crimen
sabed —¡pobre Granada!—, en su Granada.

2. El poeta y la muerte

Se le vio caminar solo con Ella,
sin miedo a su guadaña.
—Ya el sol en torre y torre, los martillos
en yunque— yunque y yunque de las fraguas.
Hablaba Federico,
requebrando a la muerte. Ella escuchaba.
“Porque ayer en mi verso, compañera,
sonaba el golpe de tus secas palmas,
y diste el hielo a mi cantar, y el filo
a mi tragedia de tu hoz de plata,
te cantaré la carne que no tienes,
los ojos que te faltan,
tus cabellos que el viento sacudía,
los rojos labios donde te besaban…
Hoy como ayer, gitana, muerte mía,
qué bien contigo a solas,
por estos aires de Granada, ¡mi Granada!”

3.

Se le vio caminar…
Labrad, amigos,
de piedra y sueño en el Alhambra,
un túmulo al poeta,
sobre una fuente donde llore el agua,
y eternamente diga:
el crimen fue en Granada, ¡en su Granada!

El “Poema del cante jondo” lo escribió Lorca en 1921 aunque se publicaría diez años más tarde. La elaboración éste corrió conjuntamente con la puesta en marcha del Concurso de Cante Jondo de 1922, fruto de la relación con Manuel de Falla. En sus versos, el poeta busca la esencia trágica del pueblo andaluz: “somos un pueblo triste, un pueblo estático”, dijo Federico. Falla estaba interesado entonces en lo que denominó como “flamenquismo”, del que opinaba era una degeneración del “cante jondo”. Su idea era concebir medios artísticos que permitieran la pervivencia de dicho cante. Después de intensos debates, Miguel Cerón propuso un “concurso” al que acudirían las principales voces del género. Federico se sumó a la idea de inmediato. Su propuesta era escribir el poemario y que éste se publicara al mismo tiempo que se celebraba el concurso. El certamen musical se celebró pero la publicación de “Poema del cante jondo” tuvo que esperar. No obstante, hubo una primera lectura del mismo en febrero de 1922 en el Centro Artístico de Granada. Lorca defendió entonces la conexión entre el cante jondo y el universo gitano.


El libro se compone de cinco partes, la primera a la que se denomina “poema-prólogo” o "preludio": “Baladilla de los tres ríos”, nos sitúa geográficamente en un espacio simbólico entre los ríos Guadalquivir, Darro y Genil. Las otras cuatro partes son: “Poema de la siguiriya gitana”, “Poema de la soleá”, “Poema de la saeta” y el “Gráfico de la petenera”. El cante que se trasluce en estos poemas tiene forma de mujer. Por ejemplo, la siguiriya es una mujer morena, la soleá es una mujer que luce ropas negras, la saeta está dedicada a la virgen y la petenera a una bailarina gitana. El mismo Lorca comentó que estos poemas estaban caracterizados por la tragedia, el dolor y, funestamente, por la muerte. Ni que decir tiene que el flamenco está presente en los versos; por ejemplo, en “Viñetas flamencas”, “Retrato de Silverio Franconetti” y “Juan Breva” (dos cantaores). El conjunto concluye con dos “diálogos”: “Escena del teniente coronel de la guardia civil” y “Diálogo del Amargo”; y dos “canciones”: “Canción del gitano apaleado” y “Canción de la madre del Amargo”.

En la edición consultada de la Editorial Losada de 1970 se incluye “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías”, publicado originalmente en 1935. Este largo poema está compuesto por cuatro elegías dedicadas a la desaparición del torero y amigo de Federico, Ignacio Sánchez Mejías, muerto en 1934 a consecuencia de las heridas recibidas por la cogida de un toro en el coso de Manzanares. Tiene cuatro partes: “La cogida y la muerte”, “La sangre derramada”, “Cuerpo presente” y “Alma ausente”.

“La cogida y la muerte”

A las cinco de la tarde.
Eran las cinco en punto de la tarde.
Un niño trajo la blanca sábana
a las cinco de la tarde.
Una espuerta de cal ya prevenida
a las cinco de la tarde.
Lo demás era muerte y sólo muerte
a las cinco de la tarde.

El viento se llevó los algodones
a las cinco de la tarde.
Y el óxido sembró cristal y níquel
a las cinco de la tarde.
Ya luchan la paloma y el leopardo
a las cinco de la tarde.
Y un muslo con un asta desolada
a las cinco de la tarde.
Comenzaron los sones del bordón
a las cinco de la tarde.

Las campanas de arsénico y el humo
a las cinco de la tarde.
En las esquinas grupos de silencio
a las cinco de la tarde.
¡Y el toro solo corazón arriba!
a las cinco de la tarde.
Cuando el sudor de nieve fue llegando
a las cinco de la tarde,
cuando la plaza se cubrió de yodo
a las cinco de la tarde,
la muerte puso huevos en la herida
a las cinco de la tarde.
A las cinco de la tarde.
A las cinco en punto de la tarde.

Un ataúd con ruedas es la cama
a las cinco de la tarde.
Huesos y flautas suenan en su oído
a las cinco de la tarde.
El toro ya mugía por su frente
a las cinco de la tarde.
El cuarto se irisaba de agonía
a las cinco de la tarde.
A lo lejos ya viene la gangrena
a las cinco de la tarde.
Trompa de lirio por las verdes ingles
a las cinco de la tarde.
Las heridas quemaban como soles
a las cinco de la tarde,
y el gentío rompía las ventanas
a las cinco de la tarde.

A las cinco de la tarde.
¡Ay qué terribles cinco de la tarde!
¡Eran las cinco en todos los relojes!
¡Eran las cinco en sombra de la tarde!

OBRA

Libros de poesía

Canciones (1921)
Poema del cante jondo (1921)
Oda a Salvador Dalí (1926)
Romancero gitano (1928)
Poeta en Nueva York (1930)
Llanto por Ignacio Sánchez Mejías (1935)
Seis poemas gallegos (1935)
Sonetos del amor oscuro (1936)
Diván del Tamarit (1940)

Obras teatrales

El maleficio de la mariposa (1920)
Mariana Pineda (1927)
La zapatera prodigiosa (1930)
Retablillo de Don Cristóbal (1930)
El público (1930)
Así que pasen cinco años (1931)
Amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín (1933)
Bodas de sangre (1933)
Yerma (1934)
Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores (1935)
La casa de Bernarda Alba (1936)
Comedia sin título (inacabada) (1936) ​

Prosa

Impresiones y paisajes (1918)


11 feb 2020

La zapatera prodigiosa

Por Ángel E. Lejarriaga




Esta obra de Federico García Lorca (Fuente Vaqueros, Granada, 1898 – camino de Víznar a Alfacar, Granada, 1936), fue estrenada en Madrid el 24 de diciembre de 1930. Las crónicas dicen que ha sido la obra de Lorca que él más vio representarse.

La historia es sencilla: una mujer joven de dieciocho años, se casa con un hombre mayor, cincuenta años, de profesión zapatero. Él es afable y tranquilo, y se casó con ella más que nada por consejo de la hermana, para que no se quedara solo cuando ella faltara; y ella empujada por sus circunstancias económicas. Después de numerosos e incesantes enfrentamientos el hombre se va y en ella se produce el “prodigio” de descubrir, después de diversas vicisitudes, que la relación con el marido “merecía la pena”.

El título de “prodigiosa” tiene que ver con el significado de extraordinaria. En un primer momento Lorca quiso titular la obra “La zapatera fantasiosa” pero luego decidió cambiarlo. De hecho, la palabra fantasiosa sale varias veces en los diálogos. Pero para el autor la zapatera es prodigiosa porque en un tiempo en el que la mujer tiene muy pocos derechos, es capaz de enfrentarse a todo el mundo, pasando por encima de las convenciones sociales. Lorca también le pone un subtítulo peculiar “farsa violenta con dos actos y un prólogo”. Puede ser una farsa, con toques cervantinos, porque es cómica y corta, pero el trasfondo tiene dobles lecturas, entre la broma y la seriedad. De momento ella se ha casado con un viejo para poder alcanzar un cierto bienestar económico. Por otro lado ni hay violencia ni agresividad. Lorca dice al respecto que la zapatera actúa con acritud porque está enfadada por su condición y se enfrenta a todo lo que le rodea con energía. Por esto la zapatera es prodigiosa.

La obra se caracteriza por un continuo diálogo entre los personajes. La zapatera y su marido hablan mucho, ella se comunica con él desde la queja y él responde como puede desde la súplica para que le deje en paz. Pero aparecen más personajes con diferente protagonismo, los típicos que están a nuestro alrededor, mejor que estaban porque ahora vivimos aislados en nuestros pisos sin conocer a nadie. Hay vecinos y vecinas, gente del pueblo, niñas, gitanas, buenos mozos que porfían por ganarse la simpatía de la zapatera y algo más. El motivo de la obra es poner en solfa los usos y costumbres sociales imperantes, pero también critica los matrimonios por conveniencia, sea por motivos económicos o por no quedarse solos.

Como el propio Lorca menciona en el subtítulo, está compuesta de dos actos y un prólogo. Al principio de cada acto el autor proporciona una serie de instrucciones para los futuros directores de la misma. El prólogo es original aunque en el teatro del Siglo de Oro ya existía, y lo es porque el autor aparece en escena para presentar la obra.

Lorca nos legó algunas declaraciones sobre la obra muy interesantes:

Periódico El Sol, de Madrid (1933):
“La zapatera es una farsa, más bien un ejemplo poético del alma humana y es ella sola la que tiene importancia en la obra. Los demás personajes la sirven y nada más... El color de la obra es accesorio y no fundamental como en otra clase de teatro. Yo mismo pude poner este mito espiritual entre esquimales. La palabra y el ritmo pueden ser andaluces, pero no la sustancia... Desde luego la Zapatera no es una mujer en particular sino todas las mujeres... Todos los espectadores llevan una zapatera volando por el pecho.”
Periódico La Nación, de Buenos Aires (1933):
“La zapatera prodigiosa es una farsa simple, de puro tono clásico, donde se describe un espíritu de mujer, como son todas las mujeres, y se hace, al mismo tiempo y de manera tierna, un apólogo del alma humana... Así, pues, la zapaterita es un tipo y un arquetipo a la vez; es una criatura primaria y es un mito de nuestra pura ilusión insatisfecha... la lucha de la realidad con la fantasía (entendiendo por fantasía todo lo que es irrealizable) que existe en el fondo de toda criatura... La Zapatera lucha constantemente con ideas y objetos reales porque vive en su mundo propio, donde cada idea y cada objeto tiene un sentido misterioso que ella misma ignora. No ha vivido nunca, ni ha tenido novios nunca más que en la otra orilla, donde no puede ni podrá nunca llegar... Los demás personajes le sirven en su juego escénico sin tener más importancia de lo que la anécdota y el ritmo del teatro requieren. No hay más personaje que ella y la masa del pueblo que la circunda con un cinturón de espinas y carcajadas... El dato más característico de la zapaterilla es que no tiene más amistad que la de una niña pequeña [habla de niña porque era una niña la que representaba el papel de niño], compendio de ternura y símbolo de las cosas que están en semilla y tienen todavía muy lejana su voluntad en flor. Lo más característico de esta simple farsa es el ritmo de la escena, ligado y vivo, y la intervención de la música que me sirve para desrealizar la escena y quitar a la gente la idea de que “aquello está pasando de veras”, así como también para elevar el plano poético con el mismo sentido con que lo hacían nuestros clásicos.”

29 ene 2018

Lo(r)ca o Una tragedia homosexual

Por Ángel E. Lejarriaga



En la sala de teatro Nave 73 situada en Madrid, cerca de la glorieta de Embajadores, se está representando en la actualidad una obra inspirada en Lorca que es una fiesta y un grito a la vez, ambas cosas reivindican la identidad homosexual. Su nombre es explícito Lo(r)ca o Una tragedia homosexual, su autor es Barak Ben-David, un dramaturgo israelí enamorado de la obra de Federico García Lorca. Cuatro textos de este, extraídos de La casa de Bernarda Alba, Bodas de Sangre, Yerma y Doña Rosita la soltera, crean los marcos dramáticos adecuados para que a su vez cuatro actores, cuatro hombres, ocupen los papeles de las protagonistas de los dramas lorquianos, y se representen a sí mismos en las tesituras crueles en que aquellas heroicas y desgraciadas mujeres buscaban un espacio en el que poseer identidad propia, abandonando la celda infame a que las condenaba su tiempo, que no es otro que el nuestro, el de la dominación heteropatriarcal. Pues bien, estos cuatro hombres también quieren tener un lugar en el mundo, en la época que les ha tocado vivir; demandan el amor sin concesiones, la pasión, la realización personal, y pasan por encima de los prejuicios, las convenciones y las relaciones de dominación. Si es preciso empeñarán su vida en el esfuerzo; todos ellos sometidos, como ellas, a una tensión continua que durante la puesta en escena se refleja muy bien mediante efectos audiovisuales.

La interpretación de los cuatro actores, Javier Prieto, Juan Caballero, Raúl Pulido y Jorge Gonzalo, es soberbia, no solo dominan el texto sino que además se mueven por la escena con una expresividad característica de la danza. El montaje es atrevido, con una agitada mezcla de luces, sonidos y desplazamientos de los actores por el escenario, en ocasiones frenéticos, que tratan de hacernos ver la convulsión en la que viven el instante los personajes, en este caso masculinos.

 

Los textos son de Lorca porque, para mí, la obra es un homenaje a él. Lorca no solo era un genio, un poeta y un dramaturgo adelantado a su tiempo, también era una persona que poseía una identidad homosexual, y según los documentos con los que cuentan los historiadores de hoy fue asesinado por ello.

Al salir de la sala mis compañeras de experiencia me preguntaron por la misma y solo supe responder: «A Lorca le hubiera gustado». Sí, le hubiera entusiasmado, porque Lorca era un espíritu libre y anhelaba la creación vital, que lleva implícito el amor, a un nivel poético, plástico y, por supuesto, físico. Él no tenía nada que ocultar, ni qué negar; sin embargo, la sociedad retrógrada en la que vivió sí le exigía que disimulara su identidad, cosa que Federico nunca asumió. Federico entendía la opresión de las mujeres porque sabía de su propia opresión.

Los efectos sonoros, durante el espectáculo, generan una cierta inquietud en el espectador para que este comparta la tragedia que viven los personajes. El desasosiego de estos es nuestro desasosiego, porque no pasa día en que no salga una noticia en prensa que cuente que una persona del colectivo gay ha sido agredida cuando no asesinada.

Tomando un café al lado del teatro, escuché comentarios que hablaban de que aquellos tiempos, en los que vivió Lorca, habían pasado, por fortuna. A mí me dio un escalofrío que me recorrió todo el cuerpo porque aquellos tiempos han pasado pero los nuevos, a pesar de las formas políticamente correctas que ha adquirido la igualdad sexual, esconden una realidad oscura, plagada de prejuicios irracionales, agarrados como garrapatas al ADN de nuestra sociedad. Por eso he dicho al principio de este comentario que la obra me ha parecido una fiesta, porque evidentemente hay que festejar que un texto así se pueda representar de una manera libre. Mañana no sabemos lo que sucederá si no permanecemos alerta.

Hace no mucho mi sobrina me comentó que durante una clase en la universidad Complutense, en la facultad de Historia, un profesor sacó a relucir a Lorca —no me acuerdo del contexto— y preguntó a las personas presentes si lo conocían —supongo que la pregunta la hizo con tono humorístico, dio por supuesto que era así—. Su sorpresa fue mayúscula cuando constató que la mayoría de sus alumnos, hombres y mujeres, lo conocían solo de nombre, algunos ni eso siquiera. Una joven, en concreto, explicó, poniéndose en pie, que durante una clase de Literatura contemporánea, mientras cursaba el bachiller, una compañera preguntó al profesor si iban a estudiar durante el curso a Federico García Lorca, a lo que este respondió encolerizado que el que quisiera conocer a «ese maricón» que lo estudiara por su cuenta. Después de escuchar esta terrible anécdota, el profesor universitario abandonó la clase dominado por la ira.

26 sept 2017

Romancero gitano



Por Ángel E. Lejarriaga




Si bien todas las obras de Federico García Lorca son muy conocidas, esta resulta especial y entronca bien con el sentir de nuestro país. De facto, ha sido la obra poética más vendida de nuestra historia poética. Cuenta el anecdotario de Federico y su entorno, que el Romancero gitano era ya famoso incluso antes de ver la luz debido a la publicación de muchos de sus poemas en diferentes revistas literarias, y, también, a que el propio Lorca no se cansaba de recitarlos en cuanto tenía ocasión. Además, se ha dicho, y es probable que sea cierto, que uno de sus romances, el Romance de la Guardia Civil española, pudo sentar las bases de su asesinato, años después.
«Es mi obra más popular, la que indudablemente tiene más unidad y es donde mi rostro poético aparece con personalidad propia, y lo llamo gitano porque el gitano es lo más elevado, lo más profundo, lo más aristocrático de mi país, lo más representativo de su modo y el que guarda el ascua, la sangre y el alfabeto de la verdad andaluza y universal.» (Federico García Lorca.)
La obra fue escrita entre 1924 y 1927, y editada en el año 1928 por la Revista de Occidente. Consta de dieciocho romances que se embeben de la cultura gitana y deslumbran con sus temas emblemáticos: la noche, el cielo, la luna, la muerte, la pasión y el amor desbocado. Los poemas son metafóricos y quizá mitifican al pueblo gitano; pero, en cualquier caso, tratan de esbozar cuadros coloristas que comuniquen las esencias de un pueblo que se encuentra dentro de nuestra sociedad, pero que, al mismo tiempo, está fuera de ella; un pueblo que tiene sus reglas, su folclore y su forma de interpretar y rechazar una autoridad que le persigue, porque su propia existencia milenaria, al margen de los destinos de las naciones, le condena en sí misma. Curiosamente este choque entre el aparato represivo del Estado ―la Guardia Civil― y el pueblo gitano, García Lorca lo personaliza simbólicamente como dos bandos que se enfrentan en una guerra interminable: los romanos y los cartagineses. El escenario común a todo el poemario es Andalucía, esa pobre y bella nación de la Península Ibérica olvidada y denostada, tierra de latifundios inmemoriales y de señoritos de todos los colores, que la mantienen prisionera en una cárcel de ignorancia y conformismo.

El libro lo podríamos dividir, de una manera esquemática, en cuatro grupos de poemas, el primero dedicado a la mujer, el segundo al hombre, un tercer grupo que se podría denominar el de los «arcángeles», dedicado a Córdoba, Granada y Sevilla; y por último, tres poemas basados en leyendas.

Romance de la luna, luna; Preciosa y el aire y Reyerta, abren el poemario, y tienen mucho que ver con tres fuerzas de la existencia humana: la muerte (la luna), el deseo (el viento) y la violencia.

Romance de la luna, luna

La luna vino a la fragua
con su polisón de nardos.
El niño la mira, mira.
El niño la está mirando.
En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
y enseña, lúbrica y pura,
sus senos de duro estaño.
Huye luna, luna, luna.
Si vinieran los gitanos,
harían con tu corazón
collares y anillos blancos.
Niño, déjame que baile.
Cuando vengan los gitanos,
te encontrarán sobre el yunque
con los ojillos cerrados.
Huye luna, luna, luna,
que ya siento sus caballos.
Niño, déjame, no pises
mi blancor almidonado. […]

Preciosa y el aire

[…] Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene.
Al verla se ha levantado
el viento que nunca duerme.
San Cristobalón desnudo,
lleno de lenguas celestes,
mira la niña tocando
una dulce gaita ausente. […]

La reyerta

[…] La tarde loca de higueras
y de rumores calientes
cae desmayada en los muslos
heridos de los jinetes.
Y ángeles negros volaban
por el aire del poniente.
Ángeles de largas trenzas
y corazones de aceite.

El Romance sonámbulo, La Monja gitana, La casada infiel y el Romance de la pena negra, nos hablan de mujeres enfrentadas a su destino, al papel que la sociedad —la sociedad de su tiempo— les ha impuesto y que las coloca al borde del precipicio: la espera al marido que no viene, la fidelidad, la infidelidad, los instintos primarios que las empujan hacia la búsqueda de una libertad que les está prohibida, el sentimiento trágico de la vida, representando muy bien en la figura de Soledad Montoya.

Romance sonámbulo

Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña.
Con la sombra en la cintura
ella sueña en su baranda
verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Verde que te quiero verde.
Bajo la luna gitana,
las cosas la están mirando
y ella no puede mirarlas. […]

La Monja gitana

[…] Las cinco llagas de Cristo
cortadas en Almería.
Por los ojos de la monja
galopan dos caballistas.
Un rumor último y sordo
le despega la camisa,
y al mirar nubes y montes
en las yertas lejanías,
se quiebra su corazón
de azúcar y yerbaluisa. […]

La casada infiel

Y que yo me la llevé al río
creyendo que era mozuela,
pero tenía marido.
Fue la noche de Santiago
y casi por compromiso.
Se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos.
En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos. […]

Romance de la pena negra

[…] ¡Soledad, qué pena tienes!
¡Qué pena tan lastimosa!
Lloras zumo de limón
agrio de espera y de boca.
¡Qué pena tan grande! Corro
mi casa como una loca,
mis dos trenzas por el suelo,
de la cocina a la alcoba.
¡Qué pena! Me estoy poniendo
de azabache carne y ropa.
¡Ay, mis camisas de hilo!
¡Ay, mis muslos de amapola!
Soledad: lava tu cuerpo
con agua de las alondras,
y deja tu corazón
en paz, Soledad Montoya. […]

«La pena de Soledad Montoya es la raíz del pueblo andaluz. No es angustia porque con pena se puede sonreír, ni es un dolor que ciega puesto que jamás produce llanto; es un ansia sin objeto, es un amor agudo a nada, con una seguridad de que la muerte está respirando detrás de la puerta.» (Federico García Lorca.)
Los tres arcángeles hacen una semblanza de Andalucía a través de tres ciudades míticas: San Miguel (Granada), San Rafael (Córdoba) y San Gabriel (Sevilla).

San Miguel (Granada)

[…] Arcángel domesticado
en el gesto de las doce,
finge una cólera dulce
de plumas y ruiseñores.
San Miguel canta en los vidrios;
Efebo de tres mil noches,
fragante de agua colonia
y lejano de las flores. […]

San Rafael (Córdoba)

[…] Pero Córdoba no tiembla
bajo el misterio confuso,
pues si la sombra levanta
la arquitectura del humo,
un pie de mármol afirma
su casto fulgor enjuto. […]

San Gabriel (Sevilla)

[…] El Arcángel San Gabriel,
entre azucena y sonrisa,
biznieto de la Giralda, 
se acercaba de visita.
En su chaleco bordado
grillos ocultos palpitan.
Las estrellas de la noche
se volvieron campanillas. […]

Los poemas siguientes tienen mucho que ver con la virilidad y lo que ella conlleva en el universo trágico en el que se expresa: Prendimiento de Antoñito el Camborio, Muerte de Antoñito el Camborio, Muerto de amor y Romance del emplazado.

Prendimiento de Antoñito el Camborio

Antonio Torres Heredia,
hijo y nieto de Camborios,
con una vara de mimbre
va a Sevilla a ver los toros.
Moreno de verde luna
anda despacio y garboso.
Sus empavonados bucles
le brillan entre los ojos. […]

Muerte de Antoñito el Camborio

Voces de muerte sonaron
cerca del Guadalquivir.
Voces antiguas que cercan
voz de clavel varonil.
Les clavó sobre las bota
mordiscos de jabalí. 
En la lucha daba saltos
jabonados de delfín.
Bañó con sangre enemiga
su corbata carmesí,
pero eran cuatro puñales
y tuvo que sucumbir.
Cuando las estrella clavan
rejones al agua gris,
cuando los erales sueñan
verónicas de alhelí,
voces de muerte sonaron
cerca del Guadalquivir. […]

Muerto de amor

[…] Pon telegramas azules
que vayan del Sur al Norte.
Siete gritos, siete sangres,
siete adormideras dobles
quebraron opacas lunas
en los oscuros salones.
Lleno de manos cortadas
y coronitas de flores,
el mar de los juramentos
resonaba no sé dónde.
Y el cielo daba portazos
al brusco rumor del bosque,
mientras clamaban las luces
en los altos corredores.

Romance del emplazado

[…] El veinticinco de junio
abrió sus ojos Amargo,
y el veinticinco de agosto
se tendió para cerrarlos.
Hombres bajaban la calle
para ver al emplazado,
que fijaba sobre el muro
su soledad con descanso.
Y la sábana impecable,
de duro acento romano,
daba equilibrio a la muerte
con las rectas de sus paños.

Nos quedan cuatro poemas más, el primero bastante diferente al resto: Romance de la Guardia Civil. En la época en la que fueron escritos estos versos la Guardia Civil era la bestia negra de los gitanos, y también de los que no eran gitanos pero contestaban al «poder».

Romance de la Guardia Civil española

Los caballos negros son.
Las herraduras son negras.
Sobre las capas relucen
manchas de tinta y de cera.
Tienen, por eso no lloran,
de plomo las calaveras.
Con el alma de charol
vienen por la carretera.
Jorobados y nocturnos,
por donde animan ordenan
silencios de goma oscura
y miedos de fina arena.
Pasan, si quieren pasar,
y ocultan en la cabeza
una vaga astronomía
de pistolas inconcretas.

¡Oh ciudad de los gitanos!
En las esquinas, banderas.
La luna y la calabaza
con las guindas se conservan.
¡Oh ciudad de los gitanos!
Ciudad de dolor y almizcle,
con las torres de canela.

Cuando llegaba la noche,
noche que noche nochera,
los gitanos en sus fraguas
forjaban soles y flechas.
Un caballo malherido
llamaba a todas las puertas.
Gallos de vidrio cantaban
por Jerez de la Frontera.
El viento, vuelve desnudo
la esquina de la sorpresa,
en la noche platinoche,
noche, que noche nochera.

La Virgen y San José
perdieron sus castañuelas,
y buscan a los gitanos
para ver si las encuentran.
La Virgen viene vestida
con un traje de alcaldesa,
de papel de chocolate
con los collares de almendras.
San José mueve los brazos
bajo una capa de seda.
Detrás va Pedro Domecq
con tres sultanes de Persia.
La media luna soñaba
un éxtasis de cigüeña.
Estandartes y faroles
invaden las azoteas.
Por los espejos sollozan
bailarinas sin caderas.
Agua y sombra, sombra y agua
por Jerez de la Frontera.

¡Oh ciudad de los gitanos!
En las esquinas, banderas.
Apaga tus verdes luces
que viene la benemérita
¡Oh ciudad de los gitanos!
¿Quién te vio y no te recuerda?
Dejadla lejos del mar,
sin peines para sus crenchas.

Avanzan de dos en fondo
a la ciudad de la fiesta.
Un rumor de siemprevivas
invade las cartucheras.
Avanzan de dos en fondo.
Doble nocturno de tela.
El cielo se les antoja
una vitrina de espuelas.

La ciudad, libre de miedo,
multiplicaba sus puertas.
Cuarenta guardias civiles
entraron a saco por ellas.
Los relojes se pararon,
y el coñac de las botellas
se disfrazó de noviembre
para no infundir sospechas.
Un vuelo de gritos largos
se levantó en las veletas.
Los sables cortan las brisas
que los cascos atropellan.
Por las calles de penumbra
huyen las gitanas viejas
con los caballos dormidos
y las orzas de moneda.
Por las calles empinadas
suben las capas siniestras,
dejando detrás fugaces
remolinos de tijeras.

En el portal de Belén
los gitanos se congregan.
San José, lleno de heridas,
amortaja a una doncella.
Tercos fusiles agudos
por toda la noche suenan.
La Virgen cura a los niños
con salivilla de estrella.
Pero la guardia civil
avanza sembrando hogueras,
donde joven y desnuda
la imaginación se quema.
Rosa la de los Camborios
gime sentada en su puerta
con sus dos pechos cortados
puestos en una bandeja.
Y otras muchachas corrían
perseguidas por sus trenzas;
en un aire donde estallan
rosas de pólvora negra.
Cuando todos los tejados
eran surcos en la tierra,
el alba meció sus hombros
en largo perfil de piedra.

¡Oh ciudad de los gitanos!
La guardia civil se aleja
por un túnel de silencio
mientras las llamas te cercan.

¡Oh ciudad de los gitanos!
¿Quién te vio y no te recuerda?
Que te busquen en mi frente.
Juego de luna y arena.

Los tres poemas que concluyen el Romancero gitano se insertan en tradiciones convertidas en leyendas a las que Federico da un toque gitano: El Martirio de Santa Olalla, Burla de don Pedro a caballo y Thamar y Amnon.

El martirio de Santa Olalla

[…] El Cónsul pide bandeja
para los senos de Olalla.
Un chorro de venas verdes
le brota de la garganta.
Su sexo tiembla enredado
como un pájaro en las zarzas.
Por el suelo, ya sin norma,
brincan sus manos cortadas
que aún pueden cruzarse en tenue
oración decapitada.
Por los rojos agujeros
donde sus pechos estaban
se ven cielos diminutos
y arroyos de leche blanca.[…]

Burla de don Pedro a caballo

Por una vereda
venía Don Pedro.
¡Ay cómo lloraba
el caballero!
Montado en un ágil
caballo sin freno,
venía en la busca
del pan y del beso.
Todas las ventanas
preguntan al viento,
por el llanto oscuro
del caballero. […]

Thamar y Amnon

[…] La luna gira en el cielo
sobre las sierras sin agua
mientras el verano siembra
rumores de tigre y llama.
Por encima de los techos
nervios de metal sonaban.
Aire rizado venía
con los balidos de lana.
La sierra se ofrece llena
de heridas cicatrizadas,
o estremecida de agudos
cauterios de luces blancas. […]


Poemas

Romance de la luna, luna
Preciosa y el aire
Reyerta
Romance Sonámbulo
La Monja Gitana
La casada infiel (dedicado a Lydia Cabrera «y a su negrita»)
Romance de la pena negra (dedicado a José Navarro Pardo)
San Miguel (Granada)
San Rafael (Córdoba)
San Gabriel (Sevilla)
Prendimiento de Antoñito el Camborio en el camino a Sevilla
Muerte de Antoñito el Camborio
Muerto de amor (dedicado a Margarita Manso)
Romance del emplazado
Romance de la Guardia Civil Española
Martirio de Santa Olalla
Burla de don Pedro a caballo
Thamar y Amnón

Se pueden leer los poemas completos del Romancero gitano en el siguiente enlace:
http://federicogarcialorca.net/obras_lorca/romancero_gitano.htm

12 ago 2017

Sorpresas de Granada y otras cosas


Por Ángel E. Lejarriaga



A nuestra llegada a la ciudad, el sol abrasaba con un aire espeso y caliente, difícil de respirar. Una leve sensación de asfixia nos confirmaba que agosto y una nueva ola de calor imperaban a su antojo. Nuestros pasos se ralentizaron mientras los abanicos enloquecían. Eran las dos de la tarde y Granada escuchaba una voz sin cuerpo que llamaba a recogerse, del mismo modo que en otros tiempos la voz del muecín llamó a los fieles a la oración. Después de callejear un buen rato, persiguiendo la sombra, atravesamos la plaza de la Trinidad, un auténtico oasis en medio del desierto de piedra que nos rodeaba, y desembocamos en la calle Tablas, en el número cuatro se situaba un viejo hotel que daba también a la calle Angulo número uno: el hotel Reina Cristina.

Un cartel nos anunció junto a su entrada: «El Rincón de Lorca. La cocina natural y creativa.» El título del local nos llamó la atención pero no demasiado, a fin de cuentas estábamos en la ciudad sagrada del poeta cuyo nombre figuraba en él. No reparamos en mucho más, buscábamos con avidez el presumible frescor de sus estancias. La entrada era estrecha; era un portal típico de casa de otro siglo, que daba paso a un patio interior cubierto, imponente. Desde él se podían ver las dependencias de los pisos superiores. La luz entraba a raudales desde el techo acristalado. El ambiente era fresco y acogedor, con un cierto embrujo. Nuestra sorpresa era grande ante la belleza del lugar, los muebles antiguos, la fuente con agua, los cuadros de otra época, nos paralizaron durante un instante, la temperatura hizo el resto. Una fotografía de Federico García Lorca recortada en cartón a tamaño natural, nos miraba inquietante junto a una vitrina que contenía libros, fotografías y postales sobre él. Es innegable que el escenario nos atrapó como la miel a las moscas.

Tras presentarnos a una simpática recepcionista, conseguimos acceso a nuestra habitación situada en la segunda planta. Ahí se inició otro periplo singular por una escalera coronada de cuadros, cerámicas y estatuas propias de un palacete, desde luego nada sobrio. Todo estaba bien conservado, recordaba el esplendor de un pasado del que pretendía ser un buen reflejo. A través de unos ventanales que daban al pasillo que circundaba el interior del hotel podíamos ver el patio, la fuente y la misma recepción.

Sin pretender evitarlo, hablamos en voz alta de la estética del lugar que nos imbuía de un sentir literario tan alejado de la funcionalidad habitual de los hoteles al uso. Cerca de nuestro destino, al final de un pasillo, nos cruzamos con un personaje de rostro redondo, corpulento, de mediana edad, que nos sonrió como si nos conociera de toda la vida, saludándonos con un musical «buenas tardes». El encuentro podría haberse limitado a un intercambio de frases corteses, mas nuestro primer amigo de Granada nos dijo sin ambages que había escuchado lo que estábamos hablando sobre Federico García Lorca. Nosotras le miramos con curiosidad; teníamos ganas de desembarazarnos del peso de los macutos y de lavarnos la cara antes de comer, malos consejeros para iniciar una conversación. Como de pasada le dijimos que adorábamos a Federico García Lorca pero… ―vano intento de seguir nuestro camino― «Pues están ustedes en el sitio adecuado para alimentar su admiración», nos dijo, mientras saboreaba por adelantado su triunfo. «¿Y eso?», le pregunté, intrigado por su aire de satisfacción. «En esta casa, en el segundo piso, en el que estamos, detuvieron a Federico García Lorca la tarde del día 16 de agosto de 1936. Esta era la antigua residencia de la familia Rosales.»

 Si el hotel había sido en sí mismo una sorpresa, poseer esa información, la magnificó. El azar, en su mejor representación austeriana, nos situaba en el punto central de las últimas horas de Lorca. Nuestra reacción fue casi cómica, las expresiones de incredulidad se mezclaron con las de aturdimiento por nuestra suerte. La excitación siguiente ante la noticia nos llevó a agobiar a nuestro interlocutor con un sinfín de preguntas. Él, pleno de gozo por la impresión causada, nos comunicó que por la noche podríamos encontrarnos en la terraza del hotel, y hablar largo y tendido sobre el tema. Unos apretones de manos después, abandonados los equipajes, remojadas las cabezas, y acomodadas ante una taza de gazpacho, hablamos agitadamente, intercambiamos datos, consultamos fechas en internet, y, por supuesto, nos felicitamos por estar allí. Nuestro objetivo primigenio era pasar un par de días tranquilos, callejear por el centro de Granada y visitar de paso bares y teterías; a partir de ese encuentro inesperado, la figura del poeta universal nos secuestró la conciencia y el tiempo presente, nos obligaba a compartir su presencia de un modo obsesivo, a recordar sus poemas, a rememorar sin orden ni mesura su halo imperecedero.


Por la tarde, impacientes, visitamos la Huerta de San Vicente, «la casa de veraneo de la familia García Lorca, entre los años 1926 y 1936». Desde el hotel Reina Cristina hasta la casa tardamos unos diez minutos, caminando sin prisas. La casa se encuentra en la vega del Genil, una zona húmeda muy fértil donde antaño abundaban las huertas, los frutales y en general campos de cultivo. El poeta abandonó Madrid para ir a esta casa, en 1936, a pasar el verano con su familia. La casa se convirtió en museo en 1995 y tiene la mayoría de sus estancias conservadas exactamente como las dejaron sus habitantes tras la muerte de Federico. En la Huerta de San Vicente escribió obras como Así que pasen cinco años (1931), Bodas de Sangre (1932), Llanto por Ignacio Sánchez Mejías (1935) y Diván del Tamarit (1931-1936). La casa y su entorno, hoy un extenso lugar de esparcimiento verde para los granadinos, es un lugar que inspira paz y en el que muchas personas desearían vivir, a pesar de las limitaciones propias de su antigüedad.


Entre los visitantes se encontraba un joven ucraniano que preparaba su tesis doctoral sobre Lorca, y que sabía más de él que la mayoría de los presentes. Su parada anterior había sido Fuente Vaqueros, Granada, lugar de nacimiento de Federico. En sí, el sitio me pareció encantado, un espacio histórico en el que el tiempo se quedó suspendido tras el asesinato de Manuel Fernández-Montesinos —casado con la hermana del poeta, Concha— y el del propio Federico García Lorca.

Manuel Fernández-Montesinos había nacido en Granada en el año 1901. Había estudiado medicina pero sus convicciones socialistas le llevaron a la participación política en la convulsa España de los años treinta. En el momento del golpe de estado fascista era alcalde de Granada; fue fusilado de manera sumaria el 16 de agosto de 1936, contaba treinta y cinco años.

La suerte de Federico García Lorca, nacido el 5 de junio de 1898, fue la misma, aunque ambos personajes tuvieron distinto recorrido. En mayo de 1936, según cuenta Ian Gibson en su biografía, Federico estaba muy concentrado en poner término a diversas obras, entre ellas La casa de Bernarda Alba (1936) y pensaba viajar a México para reunirse con Margarita Xirgu. Tenía malos presentimientos, la situación política era límite. La posibilidad de golpe militar estaba en la mente de todas, unas aplaudiendo y otras temiendo. A Federico la derecha le odiaba por muchas razones, primero por su popularidad y activismo cultural, segundo por su homosexualidad y tercero por su compromiso con la justicia social. Siempre se negó a formar parte de partido político alguno, si bien tenía buenos amigos socialistas, entre ellos su propio cuñado o el ministro Fernando de los Ríos.

«El mundo está detenido ante el hambre que asola a los pueblos. Mientras haya desequilibrio económico, el mundo no piensa. Yo lo tengo visto. Van dos hombres por la orilla de un río. Uno es rico, otro es pobre. Uno lleva la barriga llena, y el otro pone sucio el aire con sus bostezos. Y el rico dice: “¡Oh, qué barca más linda se ve por el agua! Mire, mire usted el lirio que florece en la orilla”. Y el pobre reza: “Tengo hambre, no veo nada. Tengo hambre, mucha hambre”. Natural. El día que el hambre desaparezca, va a producirse en el mundo la explosión espiritual más grande que jamás conoció la humanidad. Nunca jamás se podrán figurar los hombres la alegría que estallará el día de la gran revolución. ¿Verdad que te estoy hablando en socialista puro?» (Entrevista en La Voz, Madrid, 7 de abril de 1936).

Desafortunadamente, tomó la decisión equivocada, y eligió regresar a Granada. El 14 de julio llegó a la Huerta de San Vicente. Cuatro días después los militares traidores al gobierno legítimo pusieron en marcha la maquinaria de guerra contra el pueblo español. Adineradas familias españolas financiaron el golpe y facilitaron los medios para el transporte de tropas desde África a la península. El día 20 de julio Granada cayó. La primera consecuencia para la familia García Lorca fue la detención de Manuel Fernandez-Montesinos en su despacho del Ayuntamiento de Granada. Conocemos su fin un mes después. Tras la detención del cuñado de Federico, la familia empezó a temer lo peor. Las opciones para el poeta eran pocas: refugiarse en la casa de Manuel de Falla o en la de la familia Rosales. Federico escogió esta última porque tenía una gran amistad con dos de los hermanos Rosales, falangistas influyentes en la provincia. De nada le sirvió, tras una aparatosa operación realizada por decenas de falangistas y militares armados hasta los dientes, fue detenido por un ex diputado de la CEDA, Ramón Ruiz Alonso. De la calle Tablas número cuatro fue conducido al Gobierno Civil de Granada donde permaneció bajo la custodia del comandante José Valdés Guzmán. A Federico García Lorca se le acusaba, entre otras cosas, de «ser espía de los rusos, estar en contacto con éstos por radio, haber sido secretario de Fernando de los Ríos y ser homosexual». Los intentos de Falla y de la familia Rosales por salvarle no recibieron su fruto. En la madrugada del 18 de agosto de 1936 él, los banderilleros anarquistas Francisco Galadí y Joaquín Arcolla, y el maestro Diosdoro Galindo fueron conducidos en un camión hasta la carretera entre Viznar y Alfacar donde fueron asesinados por los hombres que comandaba el capitán Nestares. Federico tenía 38 años. Antes habían sido concentrados en una cárcel provisional situada en el pueblo de Viznar.


Estos son los hechos, suficientemente constatados, que durante aquella velada rememoramos con tristeza y rabia. Por la noche, de vuelta al hotel, nos encontramos en la terraza de la entrada con nuestro enigmático compañero de planta, que degustaba una bebida espiritosa. Nos sentamos con él y compartimos copas de vino blanco muy frío, la noche lo exigía. Sin darnos un respiro comenzó a hablar sin parar en tanto nosotras le escuchábamos expectantes. Nos refirió que no tenía apenas estudios, era viajante de comercio, vendía teléfonos fijos de una marca poco conocida por toda Andalucía. Parecía feliz pero hubo algún momento en que sus ojos reflejaron un profundo cansancio y hastío, teñidos de amargura. Nos habló de su mujer, con la que no se había podido ir de vacaciones y de sus hijos, a los que apenas veía. No pude evitar pensar en Willy Loman, el personaje de Arthur Miller en La muerte de un viajante (1949).

Completamos nuestras presentaciones de manera rápida y superficial, cuando nos dejó hablar; el tema que nos interesaba era otro. Le admiraba que tuviéramos estudios universitarios. Nos reímos con él, y reafirmamos la idea de que los títulos no hacen mejor a ninguna persona. Él replicó que le hubiera gustado estudiar pero sus orígenes humildes se lo habían impedido. Unos minutos después de este preámbulo necesario, nos contó que su padre era un devoto de Federico García Lorca y de su obra, y que su abuelo estuvo a punto de ser fusilado con el poeta. De hecho, compartió reclusión con él la última noche en Viznar, aunque nunca llegaron a hablarse. Su abuelo no sabía quiénes eran los detenidos con los que estaba encerrado, mas por los comentarios de los guardias se enteró quién era Federico. Por suerte para él, ni aquella noche ni las siguientes la muerte fue a buscarle. Tras salir de la cárcel unos años después quiso conocer más sobre aquel hombre educado que pedía todo por favor y daba las gracias por nada, que mostraba en el rostro una máscara de horror indescriptible. Entonces fue poseído por el recuerdo del poeta, hasta tal punto que su pasión había trascendido a las generaciones siguientes. Lo que añadió después sobre los últimos momentos de Federico no nos aportó nada en especial.

Esa noche memorable en Granada mi sueño fue inquieto, de hecho viví oníricamente la escena aterradora en que Federico era arrastrado por sus asesinos hacia la oscuridad definitiva de una carretera desolada. Posiblemente antes de recibir las balas que rompieron su conciencia, siguió pensando poéticamente, en esta ocasión bebiendo muerte, sudando muerte, en tanto sus verdugos se reían de su miedo con el sentimiento de ser individuos privilegiados por asesinar al poeta. Malditas aquellas viles gentes que matan poetas, a maestras y a personas que son capaces de pensar por sí mismas, y que se enorgullecen de su ignorancia y estupidez. Hannah Arendt en su libro Eichmann en Jerusalén (1963) llegó a la conclusión de que lo terrible del genocida Eichmann es que era un sujeto normal y corriente, más bien mediocre. A partir de ese descubrimiento, se preguntaba quién se tenía que sentar en el banquillo de los acusados: ¿el pueblo alemán al completo?, ¿la humanidad entera? Buena reflexión.

No hay que irse tan lejos en el tiempo para entrar en contacto con historias aterradoras. Quizá la maldad, la violencia, el desprecio por otras personas que no son como nosotras, que no comparten nuestra forma de pensar, nuestra raza o religión, las llevamos en el ADN. Los biólogos de la conducta tendrán que refutar esta hipótesis nada desdeñable.

En uno de mis viajes anteriores, por una zona rural del Estado español, fui testigo de una escena entrañable. En un solar vacío de altos muros se encontraba una gallina que había llegado hasta él, revoloteando de un corral inmediato. Cualquiera sabe con qué propósito, en el solar no existía nada apetecible para el plumífero —pienso—, ¿quizá el afán de aventura?... El caso es que la gallina recorría el pie del muro a la busca del punto mejor para saltarlo y volver a su corral. En tanto lo hacía, emitía un cacaraqueo monocorde y reiterativo que a mí me pareció una llamada de auxilio. De vez en cuando daba saltos que hasta ese instante no habían dado resultado. En esas estaba la gallina cuando al otro lado del muro apareció un gallo cojo y negro, enérgico, yo diría que altivo, que nerviosamente empezó a responder a las supuestas llamadas de su compañera, manteniendo entre ambos un continuo intercambio de frases en un lenguaje críptico que para mí estaba cargado de sentido, pues la gallina se mostró más activa, hasta el punto que en uno de sus impulsos consiguió coronar el muro. Entonces, el gallo se movió aún más nervioso de un lado a otro de la pared, aumentando la intensidad de los sonidos que emitía. Inesperadamente, ella saltó al corral; en cuanto estuvieron juntos se perdieron, corriendo, en algún rincón del mismo.

Durante mi estancia en Granada me enteré de que ese mismo gallo había sido vilmente asesinado por un vecino del corral al que le molestaba su canto. Ni más ni menos. Pero ahí no acaba la historia. La misma fuente me comunicó que la dueña de la gallina le había cortado las alas para que no se escapara más del corral. Al saber la noticia una inmensa cólera me dominó hasta el punto que prorrumpí en un sinfín de maldiciones, insultos y deseos de extinción de la raza humana. Quizá mi mala leche explotó por meterme tanto en la piel de Federico García Lorca durante sus últimas horas de vida, pero eso solo explicaría una parte de mi malestar. En múltiples ocasiones el mundo me da mucho asco y me resulta insoportable. Esa era una de esas ocasiones. Por mi cabeza pasó la idea de que en las tierras ibéricas sus habitantes autóctonos poseemos algún tipo de tara asesina que nos facilita el matar sin duelo. Nos da igual matar animales que poetas. El caso es matar, a ser posible impunemente, protegidos por el poder o por los usos y costumbres. ¿Qué deformidad oscura ocultamos en nuestras entrañas? ¿Se trata solo de simple incultura? No lo sé, pero esta piel de toro da miedo. La mansedumbre de unas personas y el autoritarismo de otras me provocan al mismo nivel repulsión y horror. ¿Detrás de qué esquina nos espera una bala criminal, una violación o una persecución homicida por disentir de la ideología dominante? ¿Es que todas llevamos una navaja invisible en nuestro corazón dispuesta a lacerar vidas? Federico García Lorca siempre tenía presente la pasión, el amor y la muerte en sus escritos, como características idiosincráticas de nuestro pueblo. Yo también veo esas pasiones extremas a mí alrededor. Fantaseando, a veces pienso que en algún momento de la historia pasada cometimos un grave pecado, y desde entonces un dios cualquiera nos ha maldecido para toda la eternidad a ser unos bárbaros criminales.


Fragmento del poema «Fábula y rueda de tres amigos»
Federico García Lorca, Poeta en Nueva York (1930)

Cuando se hundieron las formas puras
bajo el cri cri de las margaritas,
comprendí que me habían asesinado. 
Recorrieron los cafés y los cementerios y las iglesias,
abrieron los toneles y los armarios,
destrozaron tres esqueletos para arrancar sus dientes de oro.
Ya no me encontraron.
¿No me encontraron?
No. No me encontraron.
Pero se supo que la sexta luna huyó torrente arriba,
y que el mar recordó ¡de pronto!
los nombres de todos sus ahogados.


«El Crimen», Antonio Machado

Se le vio, caminando entre fusiles,
por una calle larga,
salir al campo frío,
aún con estrellas de la madrugada.
Mataron a Federico
cuando la luz asomaba.

El pelotón de verdugos
no osó mirarle la cara.
Todos cerraron los ojos;
rezaron: ¡ni Dios te salva!
Muerto cayó Federico
—sangre en la frente y plomo en las entrañas—
… Que fue en Granada el crimen
sabed —¡pobre Granada!—, en su Granada.


21 jul 2017

Sonetos del amor oscuro y Diván del Tamarit

 

Por Ángel E. Lejarriaga



La figura de Federico García Lorca (1898-1936), al igual que comentaba Luis García Montero en su libro Un lector llamado Federico García Lorca (2016), desde que lo descubrí cerca de la adolescencia, me ha arrebatado y atraído en la misma proporción. Leo y releo sus obras sin un afán erudito, ni en busca del análisis estético más depurado; simplemente buceo en sus páginas para conmoverme, para sentirme vivo. La existencia transcurre por senderos tediosos y raras avis como el poeta granadino la hacen más fácil.

La primera parte de este libro de Lumen aparecido en 2010 está compuesta por una colección de sonetos que Lorca escribió en los últimos años de su vida, que fueron recopilados y sacados a la luz después de su muerte: Sonetos del amor oscuro.

Estos sonetos los conservaba la familia escritos en papel de cartas con membrete del Hotel Victoria de Valencia. La serie se inició con toda probabilidad en 1935. En ese momento Lorca estaba en Valencia con Margarita Xirgu, cuya compañía representaba Yerma en el Teatro Principal. Lorca estaba enamorado de Rafael Rodríguez Rapún, que no le correspondía precisamente, aunque sí se sentía atraído por la personalidad del poeta. Federico sufría como un adolescente, y su amargura la canalizaba a través del verso. Como, por otra parte, suelen hacer siempre los poetas. No digo nada nuevo.

En 1981 Alianza Editorial editó los Sonetos del amor oscuro, conjuntamente con Diván del Tamarit y Llanto por Ignacio Sánchez Mejías.

Vicente Aleixandre escribió en 1937, tras la muerte de Lorca, una elegía dedicada a él en la que habla de lo que sintió cuando éste le leyó los Sonetos del amor oscuro:
«Sorprendido yo mismo, no pude menos que quedarme mirándole y exclamar: “Federico, ¡qué corazón! ¡Cuánto ha tenido que amar, cuánto que sufrir!” Me miró y se sonrió como un niño. Si esa obra no se ha perdido; si, para honor de la poesía española y deleite de las generaciones hasta la consumación de la lengua, se conservan en alguna parte los originales, cuántos habrá que sepan, que aprendan y conozcan la capacidad extraordinaria, la hondura y la capacidad sin par del corazón de su poeta.»
Los Sonetos del amor oscuro se componen de los siguientes poemas:

«Soneto de la guirnalda de rosas»
«Soneto de la dulce queja»
«Llagas de amor»
«Soneto de la carta» («El poeta pide a su amor que le escriba»)
«El poeta dice la verdad»
«El poeta habla por teléfono con el amor»
«El poeta pregunta a su amor por la "Ciudad Encantada" de Cuenca»
«Soneto gongorino en que el poeta manda a su amor una paloma»
«¡Ay voz secreta del amor oscuro!»
«El amor duerme en el pecho del poeta»
«Noche del amor insomne».

Hay que decir que la familia siempre fue reticente, hasta principios de los años ochenta, a que se publicaran estos poemas, tal vez con una pretensión baladí de ocultar lo inocultable.

El título del conjunto de poemas es inquietante. ¿A qué se refiere el poeta con «el amor oscuro»? Las hipótesis al respecto son interminables, desde una «naturaleza homosexual de los poemas, que tiene que permanecer oculta», hasta lo que tiene de «oscuro y secreto el amor», quizá envuelto en un manto místico al estilo de San Juan de la Cruz. Ian Gibson, la persona que más sabe de Lorca, dijo sobre este tema: «amor de la difícil pasión, de la pasión maltrecha, de la pasión oscura y dolorosa, no correspondida o mal vivida, pero no quiere decir específicamente que era amor homosexual». También afirmó que Lorca tenía a una persona en la cabeza cuando escribió estos versos. Ese amor frustrado —algo que le puede ocurrir a cualquiera que estando enamorado no es correspondido— implica un intenso dolor que él expresa, como decía antes, de una manera mística, llegando al paroxismo con la unión de erotismo y martirio, incluso presentando a la muerte como una liberación. ¿Acaso no acierta al definir estos sentimientos tan humanos?

SONETO DE LA DULCE QUEJA

Tengo miedo a perder la maravilla
de tus ojos de estatua el acento
que me pone de noche en la mejilla
la solitaria rosa de tu aliento.

Tengo pena de ser en esta orilla
tronco sin ramas, y lo que más siento
es no tener la flor, pulpa o arcilla,
para el gusano de mi sufrimiento.

Si tú eres el tesoro oculto mío,
si eres mi cruz y mi dolor mojado,
si soy el perro de tu señorío,

no me dejes perder lo que he ganado
y decora las agua de tu río
con hojas de mi Otoño enajenado.

El Diván del Tamarit, es una recopilación de poemas en homenaje a los poetas árabes granadinos. La Universidad de Granada preparó su edición en el año 1934, sin embargo no llegó al público hasta 1940 en Buenos Aires (Editorial Losada). El amor y la muerte vuelven a ser los temas principales que centran estas creaciones poéticas de Lorca. Los referidos al amor los denomina «gacelas», los referidos a la muerte «casidas». Según la Enciclopedia Britannica estos poemas fueron escritos entre 1931 y 1934. El decano de la Facultad de Letras de la Universidad de Granada sabedor de la existencia de estos poemas, le pidió a Lorca los textos para publicarlos. Aunque se hicieron los preparativos para su edición, el Diván del Tamarit no llegó a ser publicado por la Universidad de Granada. Según Ian Gibson, Lorca se cansó de tanto esperar y reclamó el manuscrito para buscar otros posibles editores en Madrid.

La primera edición se hizo en 1940 en New York, en la Revista Hispánica Moderna y constaba de once «gacelas» y nueve «casidas». En 1981 Alianza Editorial realizaba una nueva edición en Madrid.

Gacelas
 
«Gacela del amor imprevisto»
«Gacela de la terrible presencia»
«Gacela del amor desesperado»
«Gacela del amor que no se deja ver»
«Gacela del niño muerto»
«Gacela de la raíz amarga»
«Gacela del recuerdo del amor»
«Gacela de la muerte oscura»
«Gacela del amor maravilloso»
«Gacela de la huida»
«Gacela del amor con cien años»
«Gacela del mercado matutino»

Casidas

«Casida del herido por el agua»
«Casida del llanto»
«Casida de los ramos»
«Casida de la mujer tendida»
«Casida del sueño al aire libre»
«Casida de la mano imposible»
«Casida de la rosa»
«Casida de la muchacha dorada»
«Casida de las palomas oscuras»


GACELA DEL AMOR IMPREVISTO

Nadie comprendía el perfume
de la oscura magnolia de tu vientre.
Nadie sabía que martirizabas
un colibrí de amor entre los dientes.

Mil caballitos persas se dormían
en la plaza con luna de tu frente,
mientras que yo enlazaba cuatro noches
tu cintura, enemiga de la nieve.

Entre yeso y jazmines, 
tu mirada era un pálido ramo de simientes.
Yo busqué, para darte, por mi pecho
las letras de marfil que dicen siempre.

Siempre, siempre: jardín de mi agonía,
tu cuerpo fugitivo para siempre,
la sangre de tus venas en mi boca,
tu boca ya sin luz para mi muerte.


CASIDA DEL LLANTO

He cerrado mi balcón
porque no quiero oír el llanto,
pero por detrás de los grises muros
no se oye otra cosa que el llanto.

Hay muy pocos ángeles que canten,
hay muy pocos perros que ladren,
mil violines caben en la palma de mi mano.

Pero el llanto es un perro inmenso,
el llanto es un ángel inmenso,
el llanto es un violín inmenso,
las lágrimas amordazan al viento,
y no se oye otra cosa que el llanto.